Barbacoas St.
María Isabel Naranjo

Barbacoas St.

Calle de Barbacoas. Gabriel Carvajal, 1944.


Hay calles que forman parte de la historia
y calles que hacen historia.
Barbacoas, calle de lúcidas locas,
es una de estas últimas.

La primera vez que visité la calle Barbacoas, entre la Avenida Oriental y la carrera Sucre, me regalaron un folleto con el título: “Un cuerpo digno y amoroso” y un condón. El joven que me los obsequió, como parte de una campaña para la salud sexual de la comunidad LGBTI (la “I” es de intersexual, y la sigla sigue creciendo), me soltó un comentario para ponerme en contexto de lo que significa esta callecita para Medellín: “Esto que ve hoy es una pequeña revolución”.

Miro la calle y pienso que “pequeña” sí es porque apenas ocupa un espacio curvo en la calle 57ª, pero es una Revolución (con R), como me lo explicaría Mario León Giraldo, activista de la corporación Gente Diversa, si la entendemos como el corazón gay de la ciudad. “Si sos gay y llegás a Medellín el punto de referencia para todo es Barbacoas. Yo acabo de llegar de Boston, donde vivo, y acá estoy”, me cuenta mientras saca del empaque la tiara plateada con la que van a coronar a la Miss Colombia Gay en diciembre. Uno de los hombres que nos mira mientras conversamos se acerca emocionado y con un gritico me pide que le tome una foto con la corona que de otro modo no podría tener en su cabeza. Sonríe. Clic. Flash.

A Barbacoas se le conocía antiguamente como la Calle del Calzoncillo, debido a la forma de pierna pantalón que conforma el triángulo de sus calles. Humberto Tobón, líder de la comunidad LGBTI, trata de mostrarme ese calzoncillo y se para en el parque de Villanueva. Mirando hacia el tramo de Barbacoas que linda con Palacé extiende sus brazos en forma de “V” y me interroga: “¿si lo ve?”. Yo no logro visualizar esa forma de pantalón corto, pero si tanta gente lo ha visto ahí tiene que estar ese calzoncillo. Lisandro Ochoa cuenta que esta calle estaba habitada por gente pobre y las pocas casas construidas estaban hechas de bareque y techos de paja. Otra anécdota de Rafael Ortiz Arango dice que la calle estaba trazada siguiendo un camino indígena que atravesaba la ciudad desde occidente y llegaba hasta Mazo, en Santa Elena, lo que era antes el Camino de Arví.

Barbacoas St.

Pero la historia que nos concierne comienza en la década de los 80, cuando aparecieron en forma de rincones oscuros los primeros espacios de homosocialización. En estos rincones los “maricas” de la época se protegían de los ojos curiosos y de la fuerza represiva de la policía, que se llevaba a los “anormales” que cogieran en la calle a pasar una noche en la Permanencia Norte, donde hoy queda la Personería de Medellín. El Chola, un vendedor de cigarrillos y cervezas, recuerda que el F2 les cerraba la cuadra y todos comenzaban a correr hacia la Oriental gritando “el camión 24, el camión 24”. A muchos se los llevaron y él no los volvió a ver. Según Humberto estos policías hacían parte del Departamento de Orden Ciudadano (DOC), que se convirtió en una especie de oficina de los sicarios de Pablo Escobar. Pero, extrañamente, recuerda que en el momento más violento de Medellín los sitios LGBTI fueron los menos amenazados, quizá porque muchos sicarios también eran homosexuales.

Retomo la conversación con el chico de la campaña, el mismo del condón, que hace parte de una brigada de gays que visitan todos los sitios que hay en esta cuadra para repartir los condones. “Los bares gay nos permitieron comprar nuestro derecho a ser ciudadanos en esta calle, acá nos sentimos libres”. Mi mente se pierde de la conversación buscando los datos del último informe de la Personería de Medellín sobre violencia de género: “once crímenes por prejuicio, un homosexual amenazado en la Comuna 13, dos travestis asesinados en el barrio El Limonar y en Bello Oriente, dos lesbianas expulsadas de un centro comercial…”.

Hace treinta años, sin la Constitución del 91, apenas se contaban tres locales en esta calle: El Machete, de los hermanos Óscar y Orlando Gómez; el Club Barbacoas, de la familia Fernández Castaño; y El Paisa, que ahora se llama Noches Alteradas y su dueña es Doris Ríos; poco después vino el Minimercado El Viejo Migue, un guajiro que en realidad se llama Jorge y antes no era un minimercado sino un negocio de empaques y plásticos que evolucionó a tienda de barrio. Cuento los locales que se encuentran a lado y lado de la calle y ahora suman trece. A la izquierda, mirando hacia la Avenida Oriental, se encuentran el bar Rainbow (que hasta hace unos meses era Chiquitita), la discoteca Azúcar (un nombre “pegajoso y dulce” para la rumba gay, el hotel la Hora Alterada, y el bar la K-nequita. Al frente, en la acera derecha, están el bar Kanahan, Controversia, Milan’s Bar (antes Planet), el Bar de Moe, y la Fonda Luna.

“Todos fuimos al Machete a chupar jeta”, así recuerda Mario León al Machete, que abrió sus puertas en 1984. Cuenta Óscar Gómez que a los cinco meses de abrir como un bar para parejas heterosexuales, sus mesas fueron ocupándose con la siguiente disposición: hombre con hombre y mujer con mujer. Quizá porque era un rinconcito agradable y discreto, metido en el callejón oscuro y solitario, que fue donde las parejas gay encontraron el escondedero ideal para sus encuentros amorosos.

La discreción del Machete fue famosa, recuerda Óscar: “exigíamos un buen comportamiento, que no hubiera escándalos, que se utilizaran buenos modales, y nunca hemos querido que bailen”, y la gente les hizo caso, tanto que llegaban de todos los barrios de Medellín muy temprano y a las 6:00 de la tarde ya no había donde sentarse.

Barbacoas St.

Al frente de El Machete —una herramienta muy típica del macho antioqueño— abrió sus puertas El Paisa, que era todo lo contrario. Música duro en discos de vinilo de 45 revoluciones, baile de cuerpos pegachentos y muchas peleas es lo que recuerda Doris, quien empezó en la barra para luego ser la administradora y después la propietaria del local. En 1994 inaugura Noches Alteradas dirigido únicamente a lesbianas. Terremoto, periodista y dueño del Magazine Némesis Times, relata en una de sus reseñas que la inauguración fue apoteósica con la orquesta de León Rodríguez tocando hasta las 6:00 de la mañana. Doris también fue la organizadora de dos campeonatos de fútbol para lesbianas en 2003 y 2004. El Chola dice que fueron los domingos más animados de Barbacoas: “esas viejas se daban duro, gritaban y peliaban, pero también había un equipo de gays que les hacían competencia”.

El Club Barbacoas fue el segundo sauna gay, después de Casa Loma en la Placita de Flores. Que abriera sus puertas unos meses después de El Machete, es un decir, pues su interior es oculto y reservado únicamente para sus clientes. Gloria Fernández, la hija de los dueños, llega a las 9:00 de la mañana todos los días para atender el negocio. Ella es la única mujer que desfila por los pasillos del club que tiene, según me cuenta: sala, bar, sauna, turco, gimnasio, cuartos oscuros y un solario, todo un centro de acondicionamiento físico. Los hombres que entran llegan bien vestidos y solos, y cuando salen dejan una estela de buen humor.

Una intervención en el espacio público en 2009 hizo que “las ratas huyeran con la luz”, según Humberto, y ahora la gente se queda a tomar en la calle, cuando antes preferían el interior de los bares. Es como si todos los que habitan esta cuadra la cuidaran como se cuida la casa: se barre, se limpia, se pinta, se evitan los extraños en la puerta pero se reciben con agrado las visitas, se lava la ropa adentro y se mantiene bonita. Mientras se toma una cerveza en la tienda de Migue, Terremoto cuenta historias y me compara a Barbacoas con la Castro Street, en San Francisco, legendaria porque el primer hombre abiertamente homosexual fue elegido para un cargo público en 1977: don Harvey Milk. Si esta calle fuera una ciudad seguro elegirían a Abraxas Aguilar como su alcaldesa (antes de cambiarse el nombre por Abraxas, Jorge Hernán Betancur fue concejal de Medellín en 1970, candidato a la presidencia en 1998, candidato a la gobernación de Antioquia en 1999 y candidato a la alcaldía de Medellín en 2003). Ella tendría la posibilidad de guiar a una ciudad ruda, llena de vida, de energías vitales, con una Revolución en ciernes, que tiene un eco de veinte mil personas marchando cada año por las calles con el orgullo de ser gay.

Los cronistas coinciden en señalar que por debajo de esta calle y de la Catedral Metropolitana pasa la quebrada La Loca, que llamaron de esta manera porque cuando llovía se salía de madre y arrastraba a su paso piedras, palos y latas. Fue de La Loca que sacaron piedras para construir la Catedral, y en 1944 tuvo que ser desviada y canalizada. Dicen que en una de sus enloquecidas, la fuerza del agua tumbó una de las paredes del sótano, cerca de la cripta de osarios donde se encuentran los restos de Tomás Carrasquilla, quien debe estar orgulloso de sus vecinos, recordando su antigua casa en las épocas de Ébano y Marfil. Cuando le narro a Humberto la anécdota de La Loca, él me suelta una perla que todavía me da vueltas en la cabeza: “Ahora resulta pues que de la quebrada La Loca pasamos a la calle de las locas”.

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