En el incendio
Ricardo Uribe Escobar

En el incendio

Incendio en el costado occidental del parque de Berrío. Benjamín de la Calle, 1921.


1921. Octubre 30

Anoche, a gritos de mi sobrina, desperté sobresaltado, di un brinco en la cama, y mientras oía que me gritaban “¡incendio, tío, incendio!”, me vestí en un periquete, como en mis tiempos de muchacho, y bien envuelto en el sobretodo que compré en Chamonix para subir al Monte Blanco, por allá en el 70, me eché a la calle. La gente corría desalada en dirección al parque de Berrío y allá dirigí mis pasos presurosos. Al desembocar en la plaza, una emoción profunda me cogió el corazón: ¡era que mi ciudad ardía ante la impotencia amarga de sus hijos! Era mi viejo Medellín que se marchaba entre el fuego devastador; toda una parte del escenario principal en que corrió la historia de mi pueblo querido. Ese amor que por la ciudad en que nacimos y hemos vivido guardamos todos en el alma, se me alborotó y se hizo agudo y doloroso al presenciar cómo aquellas viejas casas venerables se tornaban humo y cenizas bajo las llamas enfurecidas, que subían al cielo, que se paseaban por los salones de aquellos edificios centenarios en donde se hicieron la fama y el orgullo del comercio antioqueño.

Allí estaban entre el fuego la vieja casa de don Tomás Uribe Santamaría (últimamente de los señores Lalindes), hoy edificio de Sierra; la del doctor Jorge Gutiérrez de Lara (ayer de los señores Restrepo y Cía.), hoy el Banco de Bogotá; la de don Mariano Latorre (donde estaba el Almacén Americano), actualmente el Banco de Londres, y la antigua casa del gobierno (donde estaba el edificio de Angel), hoy edificio de Juan C. Saldarriaga, donde me tocó ver al doctor Giraldo y al doctor Berrío haciendo buenos gobiernos conservadores. Y todas ellas se convertían en ruinas, y entre esas ruinas íbanse el recuerdo y la añoranza, la leyenda y la historia.

Ya sé que algunos dirá que el incendio le va a convenir a Medellín porque en el lugar de esas casonas viejas y antiestéticas habrán de levantarse mañana edificios suntuosos, modernos y elegantes. Pero el sello tradicional y la evocación de nuestra juventud, la riqueza perdida y el afán y la angustia que todos sentimos en esa noche inolvidable, ¿valen acaso la satisfacción que sentirán mañana los mejoradores públicos, cuando sobre la ruina se levanten las nuevas construcciones?

*Fragmento extraído del libro El almanaque de don Alonso Ballesteros 1921 - 1923, de Ricardo Uribe Escobar.


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