Incendio del Edificio Gutiérrez, en el costado norte del Parque Berrío. Gabriel Carvajal, 1959.
El 28 de marzo de 1916, a las 4:30 de la tarde, inmensas llamaradas comenzaron a salir del Hotel Lusitania, ubicado en el costado norte del Parque Berrío, en la esquina de la carrera Palacé con la calle Boyacá. A falta de un cuerpo de bomberos bien preparado y potentes bombas de agua, acudieron al lugar la policía, el regimiento Girardot, y un nutrido grupo de intrépidos jóvenes, artesanos y obreros que asumieron con valentía la tarea de extinguir el fuego. A pesar de los ingentes esfuerzos, el Lusitania y su vecino, el Hotel América, quedaron reducidos a escombros, al igual que varios almacenes de artículos de lujo, una sastrería y la cantina La República. Mientras el improvisado grupo de rescate derribaba a punta de hacha y machete las puertas y ventanas de madera e intentaba sofocar el fuego con precarios medios, bandadas de pillos se lanzaban sobre los escombros en busca de trofeos. La escena era inverosímil: unos corrían por las calles al tiempo que trataban de calzar en sus desnudos pies elegantes zapatos o de cubrir sus rústicas ropas con finas levitas y chalecos; otros tiraban lejos sus sombreros de paja para reemplazarlos por unos de fieltro, e incluso se vieron algunos llevando sombreros de dama; otros huían con cofres llenos de alhajas, y los más desafortunados encontraron botellas de licores extranjeros que bebieron resignados mientras apreciaban el espectáculo.
Para evitar la propagación del fuego por los hilos telegráficos, estos debieron ser cortados, y la ciudad quedó incomunicada con la capital y demás regiones. El incendio duró dos eternas horas, dejó un muerto, diecisiete heridos, más de 300 mil pesos en pérdidas materiales y 41 detenidos acusados de hurto. La causa del siniestro nunca se supo, pero al parecer el roce de dos cables produjo la flama inicial.
Calle Palacé el día del incendio. Benjamín de la Calle, 1916.
Episodios como este no eran una novedad en el Parque Berrío. En 1912 otro incendio había azotado parte del costado occidental de la plaza mayor, y un año después del desgraciado suceso de 1916 las llamas abrasaron las manzanas occidental y norte. Sin embargo, el más terrible de los incendios del Parque Berrío tuvo lugar la noche del 30 de octubre de 1921. A las 9:20 sonó el silbato que anunciaba fuego. Mientras una espesa humareda salía de los bajos del Edificio Ángel, en la esquina de Bolívar con Boyacá, las llamas se propagaban vertiginosamente, y horas después se elevaban potentes sobre los tejados de toda la manzana occidental. Una vez más, el improvisado cuerpo de bomberos de la ciudad demostró su ineficacia, al igual que la policía municipal, cuyos hombres (no todos, claro) estaban a esa hora en tremenda parranda y llegaron al lugar completamente borrachos; los sobrios, por su parte, no sabían si ayudar a apagar el fuego o apresar a quienes se servían del alboroto para saquear. El gobernador y el comandante gritaban órdenes desesperadas desde los tejados de la manzana de al lado; hombres de todas las edades se afanaban por rescatar mercancías de los locales y apaciguar las llamas; hasta los Hermanos Cristianos, con sus negras sotanas, dieron muestras de su amor al prójimo con valerosos esfuerzos. El pánico era generalizado, y empeoró cuando la electricidad fue suspendida en muchos sectores y las comunicaciones cortadas por completo.
A las cinco de la mañana el incendio llegaba ya al Edificio Bedout, situado en la calle Colombia, entre Bolívar y Carabobo, y solo a las nueve las llamas fueron sofocadas. Los edificios de la manzana occidental quedaron en ruinas. Las pérdidas de almacenes, depósitos, agencias y oficinas ascendieron a 2’500.000 dólares (al cambio de la época); los heridos fueron muchos, algunas personas desaparecieron y hubo más de 300 detenidos por robo. El acontecimiento conmocionó al país entero: llegaron condolencias de todos los departamentos y municipios, el presidente envió un sentido telegrama y el Senado dejó constancia del hecho en acta firmada. La ciudad se llenó de curiosos venidos de los municipios cercanos para ver con sus propios ojos el famoso desastre.
Sobre las causas del siniestro se especuló ampliamente; hubo quienes hablaron de una chispa inicial en el Almacén Nápoles, otros culparon a las grandes cantidades de explosivos guardadas en los depósitos, y no pocos lanzaron la hipótesis de un objeto en combustión arrojado con premeditación a uno de los locales. Finalmente, y como de costumbre, nada se pudo comprobar.
Cuerpo de bomberos de Medellín. Gonzalo Escovar, c. 1920.
Menguadas las emociones por el trágico acontecimiento, muchos empezaron a considerar la catástrofe como una oportunidad para la renovación del Parque Berrío, entre ellos el prestante hombre de negocios Ricardo Olano, quien al respecto mencionó: “La ciudad ganará, porque todo lo incendiado era viejo y feo y ahora se levantarán edificios modernos”. La municipalidad tampoco tardó en reconocer la posibilidad que el azar ofrecía, y tres días después del incidente el Concejo nombró una comisión encargada de solicitar a los propietarios de los edificios destruidos una franja de terreno para ensanchar la carrera Carabobo y las calles Boyacá y Colombia (el ensanche de la calle Palacé se había hecho después del incendio de 1916). Se decidió, además, ampliar unos metros el parque por el lado incendiado, y se dispuso que los nuevos edificios fueran construidos siguiendo un mismo estilo arquitectónico.
Así pues, gracias al azaroso fuego, las viejas casas que enmarcaban el Parque Berrío –de tapia, de dos o tres pisos, con balcón y alero– fueron reemplazadas por elegantes edificios de estilo republicano, a la usanza europea. La firma H. M. Rodríguez fue la encargada de edificar el Banco Republicano (donde después funcionó el Banco de Bogotá y luego el Banco de Londres); el francés Francisco Navech construyó el Edificio Miguel Vásquez, en la calle Colombia, debajo de la carrera Bolívar; en la esquina de Boyacá se erigió el Edificio Británico y sobre la carrera Bolívar el Edificio Zea.
Estas nuevas construcciones dieron al parque aires de abolengo, tan añorados por los ricos comerciantes de aquella época, que quisieron borrar, a toda costa, las huellas del pasado provinciano. Asimismo, las generaciones posteriores vieron en aquellos edificios un pasado sin valor alguno, y las elegantes edificaciones de estilo republicano desaparecieron para dar paso a modernos rascacielos. La almádana vino a reemplazar el papel renovador de las llamas.
Radio Periódico Clarín narra la tragedia y las pérdidas que dejó el incendio de 1959 en el Parque de Berrío. Archivo Histórico de Medellín.