Calle Colombia. Gonzalo Escovar, 1930.
La calle de Colombia, o la calle 50, trazo que rompe su continuidad en el corazón del Centro de Medellín, primero debido al paso contundente de la veloz e impersonal avenida Oriental o Jorge Eliécer Gaitán y, luego, cuando se encuentra con la carrera 45 (El Palo). Una calle que en principio desconcierta al transeúnte no habitual que busca una dirección, o que en la generalidad de los casos puede no despertar ninguna inquietud dado que diferentes huellas que marcaron su pasado hoy están completamente desaparecidas.
La imagen física que hoy tenemos de este tramo centroriental de la calle de Colombia, es fruto de más de 150 años de trasegar por múltiples acciones privadas y oficiales que le dan su actual apariencia. Tres bocacalles sobre la carrera El Palo, la primera de ellas ubicada por la parte sur de la Clínica Soma, producto de continuas reformas y variaciones en la propiedad privada. Lugar de uno de los puentes de la quebrada La Palencia, construido y reconstruido de manera incesante durante los años republicanos hasta llegar al siglo XX.
Puente de arco y ladrillo cocido, que estuvo sobre el cauce de la fuente de agua, cortada y cubierta, quedando como huella el codo situado en el lindero sur del edificio Comfama, lindero que se desvanece conforme llega a la calle de Ayacucho y a la Plazuela de San Ignacio. La otra bocacalle sobre la carrera El Palo vuelve a retomar el perfil hasta adentrarse por la comuna 9, Buenos Aires.
Calle Colombia. Manuel A. Lalinde, 1922.
En 1888, Rafael Flórez dio al servicio la Plaza de Mercado Cubierto de Flórez, nombre perpetuado que sigue identificando la actual estructura dedicada al mercado minorista, y, muchas veces, la razón de su nombre se confunde gracias a las flores que diferentes personas, entre ellos campesinos de Santa Elena, venden en su interior.
El señor Flórez aportó diez mil varas cuadradas para la plaza, se hizo expropiación a otros propietarios y la municipalidad pactó con aquel el compromiso de marcar el perfil de la calle entre la carrera Girardot y la plaza. Enseguida, desde 1891, se realizó, por partes, la apertura de la hoy carrera 41 (o Recaredo Villa), en terrenos de Luis María Tapias, y que comunicó a la calle de Colombia con la de Ayacucho. De manera paulatina, en los ya habilitados terrenos se construyeron residencias de personalidades vinculadas al comercio, la política, el ejercicio de profesiones como la medicina, el derecho o la ingeniería. Entorno residencial de familias como los Vásquez Latorre, los Mesa Londoño, los Peláez Peláez.
Regresando a la bocacalle en la carrera El Palo, el tramo hasta el otro extremo con la carrera Girardot fue habilitado por Alfonso Villa Vásquez, comerciante, quien contrajo nupcias con Magdalena Gaviria Isaza en 1893, ocupando entonces la casa –que hoy es sede del Archivo Histórico de Medellín– hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX. Entonces, este tramo centroriental de la calle de Colombia, de manera formal después de 1900, cobró vida urbana entre la carrera El Palo y la Placita de Flórez.
El tiempo en la calle de Colombia siempre ha sido cambiante, ambos –tiempo y calle– han sido testigos de ciclos de vida que ya se fueron, de las casonas que ya no están. Muchos de los descendientes de antiguos residentes ocupan todavía edificios en altura, los mismos que dominan los aires del entorno desde los años setenta del siglo anterior. La evocación es contundente: en la esquina norte de la carrera Girardot con Colombia estuvo la casa de Carlos Vásquez Latorre, de más de media cuadra por ambas calles, casa de huérfanos luego y, antes de convertirse en el edificio de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), residencia fraccionada para sastres y hasta adivinas con buena clientela.
Calle Colombia por San Félix. Gabriel Carvajal, 1965.
En medio de este aire señorial existieron los garajes o parqueaderos de hoy con choferes de alquiler para los dueños de automóviles privados. Algunas casas, antes de convertirse en los parqueaderos de motos actuales, fueron residencias o también pensiones. En otras, se vendía comida a domicilio o repostería por encargo, compitiendo con las “cajoneras”, mujeres pregoneras de quesitos y mantequillas campesinas, caminantes de esta calle de Colombia, animada también por la dulzaina de un amolador de cuchillos con sus tijeras de procedencia italiana.
La calle ha sido testigo de la presencia ininterrumpida por 125 años de los estudiantes y las instituciones que los albergan. En 1889, ya existía el edificio que concentró a los estudiantes de artes y oficios y que fue usado por diferentes instituciones educativas hasta el actual Cefa (Centro Formativo de Antioquia). La educación pública municipal para niños pobres, contratada por la municipalidad con la comunidad religiosa de los Hermanos Cristianos, se ubicó, a partir de 1910, en lo que es ahora la Institución Educativa Héctor Abad Gómez. También en los años treinta, el curso de la calle era seguido por obreros que desde San Benito llegaban a la esquina sur de Colombia con la carrera Berrío, para abordar la lectura en la sede de la Biblioteca Municipal, hoy bodega de mercancías. En estos años, la biblioteca hacía concursos del mejor lector, dirigidos a la población obrera.
Más tarde, llegaron la universidad privada (Universidad Cooperativa de Colombia), los estudios técnicos en Escolme (institución universitaria) y el Censa (educación laboral). Los estudiantes, durante años, se han mezclado de manera imperceptible con el transeúnte ocasional, con el que tiene la calle como ruta hacia un destino definido de antemano. Los estudiantes, los transeúntes y los residentes, hoy como ayer, siguen marcando una característica importante del tramo centroriental de esta calle.