Visita guiada a la locura
Alfonso Buitrago Londoño

Comfama de Aranjuez

Manicomio Departamental. Francisco Mejía, 1939.


¡Quién sabe si en los claustros sombríos de un manicomio será donde mejor se lee el misterioso libro del corazón, porque allí saltan sin careta las pasiones y los sentimientos más hondos y se destaca sin pudor la efigie descarnada de la humanidad caída!
Eusebio Robledo

En una antigua casa de locos se encuentra hoy la biblioteca más auténtica de Medellín. Quizás también la más desconocida entre todas aquellas de nuevo cuño y arquitectura moderna que se han asentado en las laderas de los barrios populares en los últimos años. Pionera en conquistar territorios marginales —o en conflicto—, como también lo fue el manicomio a finales del siglo XIX, fue abierta al público hace cerca de veinticinco años como parte de una nueva unidad de servicios y un centro cultural de Comfama para la comunidad de Aranjuez, en una época en que la violencia mandaba al cementerio a miles de jóvenes de las comunas populares.

Pese a que han pasado casi 130 años de iniciada la construcción del antiguo Manicomio Departamental de Antioquia, inaugurado en 1892, la biblioteca y el centro cultural de Comfama lucen como un convento en perfecto estado — la arquitectura conventual inspiró el diseño de Juan Lalinde y Luis G. Jhonson—, protegido por una cerca viva y un antejardín que abarca toda una cuadra de la calle 90 (entre carreras 51B y 52), con árboles frondosos y palmeras que le dan sombra a la calle y a la fachada.

Comfama de Aranjuez

Manicomio Departamental. Fotografía Rodríguez, ca. 1920.


Justo en frente tiene a uno de sus compañeros preferidos, un colegio, la Institución Maestro Guillermo Vélez Vélez, especializada en ofrecer formación para el trabajo a personas con discapacidad cognitiva o mental. Jóvenes y adultos con dificultades de aprendizaje o de orden psíquico, físico o sensorial que hoy son tratados como aprendices útiles a la sociedad, pero que de haber nacido un siglo atrás su futuro más seguro hubiera sido terminar en el manicomio.

De hecho, los predios del Guillermo Vélez hacen parte de los 13 140 metros cuadrados que abarcaba el antiguo manicomio y en los que también se encuentran hoy el colegio de monjas para jovencitas Emilia Riquelme y la Institución Educativa Gilberto Alzate Avendaño, como si la biblioteca hubiera estado destinada a ser cobijada por mentes pueriles, curiosas y ávidas de conocimiento.

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Carlos Mario Gil nació en El Salvador hace cincuenta años, pero se crio en Manrique, un barrio vecino de Aranjuez. Si hubiera nacido en Aranjuez se podría decir que es la copia exacta de Leonel Álvarez, hijo ilustre del barrio. Tiene el pelo largo, negro y crespo, la nariz en punta, las cejas rectas, el cuerpo atlético y la sonrisa y la actitud amables del obrero que ha sudado por su barrio. Hijo de un oficial de albañilería, le ayudó a su padre desde muy chico a levantar la casa familiar y por eso sabe de vaciados y mezclas y usa expresiones como “ladrillo hecho en plancho y abuzardado” o “en la restauración lo desempañetaron”, cuando me cuenta la historia del manicomio. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Antioquia y hace veintiocho años se vinculó a Comfama como promotor de lectura. Hace ocho llegó a la biblioteca de Aranjuez a encargarse de la sala de lectura infantil, pero esos ladrillos macizos del antiguo manicomio, que en la restauración dirigida por el arquitecto Laureano Forero fueron “desempañetados”, es decir, les quitaron el “abuzardado” o recubrimiento para dejarlos a la vista, lo maravillaron tanto como su padre dirigiendo la obra de su casa. No parece difícil obsesionarse con un lugar que albergó por más de sesenta años a los locos del departamento, algunos tan ilustres como el poeta Epifanio Mejía.

—Hace unos cinco años me interesé en conocer más del manicomio, empecé a hacer la investigación, tanto a nivel arquitectónico como de la vida de los pacientes en este claustro. Me dejo llevar por la estética de las edificaciones y esta me pareció hermosa porque me recordaba las paredes de mi casa, porque mi papá construía con ladrillo macizo y hecho de plancho, o sea, que tiene más resistencia la estructura y no requiere de columnas. Si ves estas paredes es muro derecho hacia arriba, sin columnas —me cuenta en la sala infantil de la planta baja, que queda en una habitación que pudo haber albergado a los gendarmes o a las religiosas que cuidaban a los pacientes internados.

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Comfama de Aranjuez

Manicomio Departamental. Francisco Mejía, ca. 1920.


La sala de lectura principal está en el que fuera uno de los pabellones de reclusión. Las estanterías de madera, que contienen unos 38 mil libros, rodean el salón, iluminado por amplios ventanales. La luz natural se apropia del espacio y barniza las mesas de estudio y media docena de poltronas para leer la prensa, con mesitas de centro y materas, como la ambientación de la sala de una casa que recibe unas setecientas visitas cada día.

En esos pabellones habitaron los primeros enfermos mentales que llegaron al manicomio. Permanecían encerrados en celdas de dos por cinco metros y solo se les permitía salir al patio una vez al día para tomar el sol. El edificio fue diseñado para albergar 132 celdas y para el año 1958, cuando inició el traslado hacia el recién inaugurado Hospital Mental de Bello, albergaba 2 282 pacientes.

—Desde 1875 —me cuenta Carlos Mario del producto de sus lecturas— se empezó a pensar en la posibilidad de tener a los enfermos mentales en ciertos espacios para que no fueran un estorbo al resto de la sociedad y evitar actos que atentaran contra la moral y las buenas costumbres. Hasta ese momento vivían a libre albedrío y se los veía en las calles.

Como cuenta Manuel Uribe Ángel en su cuento “Cuánto me costó la burra”, de 1896: “Los idiotas, los locos, los de carácter extravagante y muchos otros infelices, sirven frecuentemente de ocasión para presentar en las calles y en las plazas, escenas de tan repelente salvajez; y si no que lo digan en lo pasado Patablanca, la Loca Dolores, la Marota, el Ñato Narciso, el Sargento Varón, Manito, Güerengue, Ceguerita, Pío Culeco, Tigre, Bartililla, Caifás, y en los actuales Gertruditas, Cosiaca, el General Vasco, María Chucha, Marañas, Justo Pelotas, Víctor, Joaquina, la Madre del Monte, Mi Mater, Señor San José, Costillares, Teja, Perjuicio, Majelipa, Papagallo, Pavitas, Colorete, y otros y otros sin que el respetable público que asiste a estos extravíos, se apresure a impedirlos. Antes por el contrario, personajes serios y hasta señoritas de buena cuna, los toleran y aun los aplauden”.

En ese año de 1875, a instancias de Recadero Villa, presidente del Estado de Antioquia, se inició una colecta para crear una “casa de alienados”, proyecto frustrado por la guerra civil de 1876 y una plaga de langostas que azotó el departamento. Tres años después se logró alquilar una casa en la llamada Barraca del Convento (entre Palacé y Junín) para fundar el Hospital para Locos, al que fueron llevados pacientes que habían sido recluidos en la cárcel o que vivían en las calles. El abandono y las dificultades de sostenimiento hicieron que los locos y sus cuidanderos erraran de casa en casa. En total hubo cuatro casas de alienados antes de la construcción del manicomio en Bermejal, la última donde está ubicado hoy el Palacio de Bellas Artes, en La Playa con Córdoba.

Comfama de Aranjuez

Epifanio Mejía. Fotografía Rodríguez, 1895.


A esa última llegó como administradora María de Jesús Upegui, quien al ver el mal estado de la vivienda y la forma infrahumana como eran tratados los pacientes, inició una nueva colecta para la construcción del Manicomio Departamental de Antioquia. Con aportes de cien pesos de 78 personas caritativas, entre ellos Fortis Mejía, tío de Epifanio, recogió 7 800 pesos que financiaron el inicio de las obras.

—El primer episodio de locura de Epifanio fue como en 1870. Pensaron recluirlo así fuera en el hospital de caridad, el San Juan de Dios, pero el doctor Manuel Uribe decidió que había que mandarlo de nuevo para la finca en Yarumal —cuenta Carlos Mario en el corredor del primer piso donde hay una exposición de fotos del antiguo manicomio.

Epifanio, el primogénito de Ramón Mejía y Luisa Quijano, había nacido en ese municipio del norte de Antioquia en 1838 y años después se había trasladado a la casa del tío Fortis en Medellín para ayudar a sostener a su familia. “Esconder a un versificador en una villa gris, ávida de novedades, no es cosa fácil. Epifanio no tardó en ser invitado de honor en tertulias nocturnas alrededor de damajuanas de aguardiente, en visitas vespertinas de chocolate, bizcochuelos y señoras que querían una estrofa de recuerdo para su álbum con flores marchitas aplastadas entre las páginas”, cuenta Humberto Barrera, uno de sus biógrafos.

Se casó con Anita Ochoa y prosperó como poeta y comerciante en la tienda de su tío. —Un día le dio por irse a perseguir a la Loca Dolores que pasó gritando por la acera donde estaba el local: “¡Todo el mundo está loco, menos el doctor Uribe Ángel que es bobo!”. Dolores era cercana a Manuel Uribe Ángel. Entonces Epifanio salió corriendo detrás de ella y cuando volvió al almacén no encontró nada, le habían robado todo —continúa Carlos Mario.

En Yarumal, “la frágil cordura de Epifanio se desmoronaba a ojos vistas: a veces, sin motivo aparente, le daban ganas de acabar con su mujer y sus hijos”, dice Humberto Barrera.
—Lo recluyeron en la casa de alienados y estuvo recorriéndolas todas y cuando se inauguró el manicomio en 1892 entró en él como uno de los primeros 39 pacientes —remata Carlos Mario.

En 1896 lo visitó Eusebio Robledo y sus impresiones quedaron plasmadas en un texto publicado en El Repertorio: “Inclinémonos respetuosos ante el artista loco. Rey del Manicomio, dulce cantor de nuestras selvas aromadas […]. Tú que narraste las ocultas alegrías del montañés y nos mostraste la campesina de torneadas formas y corazón sencillo, ¿qué fue de tu lira, a qué ignoradas regiones voló tu musa soñadora y bella?”.

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Comfama de Aranjuez

Manicomio Departamental. Carlos Rodríguez, 1943. Archivo Histórico de Antioquia.


En 1889, el gobernador Marceliano Pérez, el arquitecto Juan Lalinde, el ingeniero Luis G. Jhonson y una comisión de la Academia de Medicina, conformada por Manuel Uribe Ángel, Ramón Arango y Francisco Antonio Uribe, visitaron el sitio en el que se construiría el manicomio, ubicado en el corregimiento de Berlín, a las afueras del área urbana, en un paraje conocido como Alto de Bermejal o Ceja de los Bermejales. Los médicos vieron en este lugar apartado beneficios que aportarían a la salud de los enajenados: “[el edificio] quedará situado sobre bellísima colina, y como habrá de tener frente al Sur, dominará en todos sus pormenores la ciudad y valle de Medellín, cuya vista no tiene rival que conozcamos en toda la República. […] La detención forzada y la camisa de fuerza quedarán reservadas a los infelices que padezcan locura furiosa e indomable, pero los otros pacientes obtendrán de la pureza del aire, de la frescura de los baños, de la limpieza de la atmósfera y de la belleza del medio en que vivan grandes efectos saludables” (citado por José Silva en Espacio, cuerpo y subjetividad en el Manicomio Departamental de Antioquia: 1875-1930). Estos mismos argumentos fueron utilizados años después por Alfredo Cock para urbanizar sus terrenos en Berlín, iniciando la creación del barrio de Aranjuez, ya integrado al área urbana de Medellín. Después de 1910 se entregó el pabellón de los pensionados en el segundo piso, al que llegaban empleados de minas o del Ferrocarril de Antioquia.

—Se enloquecían porque no sabían qué ponerse a hacer —me dice Carlos Mario. El promedio de reclusión de los pacientes era de veinte años, por eso muchos morían en el manicomio. En el lado opuesto de la sala de lectura se encuentra un auditorio, construido sobre lo que fue la morgue del manicomio. Carlos Mario abre la puerta y como si fuera un orador empieza a contar las historias que hacen mítico el lugar.
—Aquí enterraron pacientes que no tenían familia ni dolientes. La gran mayoría quedaban desamparados. Cuando se empezó hacer la demolición y el proceso de restauración se encontraron restos humanos. Una de las señoras que trabajaba aquí, doña Leticia, una viejita que hoy tiene noventa años, cuenta que dos de los trabajadores que estaban haciendo la remoción de tierra se encontraron dos guacas con oro y hasta ese día trabajaron.

Actualmente, en ese piso hay dos aulas para talleres y capacitaciones y dos galerías para exposiciones. Dicen que se oyen ruidos y se han visto apariciones. Carlos, como buen contador de historias, no las desmiente.

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