Divas
María Isabel Naranjo

Divas

I

Me llamo Miguel Ángel Gallardo, pero en esta cuadra me dicen el Gringo o el Barbudo, right? Aunque me he ido ganando el apodo de El hombre del bate, por defenderme con este palo de aluminio que aprendí a usar cuando entrenaba béisbol en Nueva York. A los seis años salí en brazos de mi mamá para México, después de nacer en Andes y vivir en varios pueblos de Antioquia. En 1996, cuando llegué a NY, tenía diecisiete, y hoy hace dieciocho meses regresé con una misión. Cuando un amigo se enteró de lo que estaba haciendo me dijo, Usted las tiene del tamaño de King Kong mijo, ¿no sabe que se metió en la boca del lobo?

A Miguel, el hombre que está hablando, lo conocí el año pasado cuando visité por primera vez el epicentro de esa “misión” en la calle del pecado, sobre la carrera Palacé, entre las calles Perú y Barbacoas. Este ha sido uno de los sectores más estigmatizados del Centro de Medellín, sobre todo a partir de los años noventa y bien entrada la década del dos mil, por ser el punto de ebullición de ollas de vicio, prostitución de travestis e indigencia. A pesar de los dos operativos policiales que desmantelaron las casas donde traficaban armas y drogas, primero en 2002 y luego en 2013, y de la presencia que tiene la alcaldía con unas vallas que dicen ¡Portate bien!, veintitrés trans han muerto en los últimos dos años de manera violenta, y los reportes de delitos sexuales, hurtos, incautación de armas y homicidios siguen siendo los más altos de la ciudad.

Miguel es el tipo de inmigrante latino que se crió en los suburbios gringos y cultivó la dosis perfecta de rudeza y diplomacia para sobrevivir en la calle. Flaco. Solo sabe cuánto mide en pies y pulgadas: 5’9”, un metro con sesenta y cinco, pero cuando necesita encarar un problema con alguien de la cuadra las primeras palabras que encuentra son en español. Tiene los ojos negros, el pelo negro, siempre bien peinado, una barba tupida, espesa, que le cubre también de negro la mitad de la cara y le ayuda a disimular una leve parálisis del labio que se agudiza cuando habla mucho. Por ejemplo cuando dice right? muchas veces, como si necesitara esa palabra de bastón para avanzar en la conversación. Siempre está impecable, como el anfitrión de una fiesta, por eso es tan extraño verlo en el trajín de hoy con pantalones de yin hasta la rodilla, camisa roja de algodón, tenis y medias blancas. Mientras me va contando esto que transcribo, entra y sale de su local, contesta su teléfono en espanglish, y al mismo tiempo supervisa que sus trabajadores saquen las sillas, las cajas de cerveza y acomoden el espacio para que todo salga bien en la celebración de su primer aniversario, que será esta noche. Viernes dos de marzo de dos mil dieciocho.

Divas

II

Divas queda en el mismo lugar donde un día funcionó el teatro México, pero la silletería que hay en la entrada del bar y en la sala principal son tesoros que rescató Miguel de Radio City. Así que los clientes de Divas hoy pueden sentarse a ver cine de calle, en vivo y en directo, en las mismas sillas en que los clientes de Radio City se sentaron a ver las primeras películas de pistoleros que llegaron a la ciudad en los años setenta, o donde se hicieron la paja en la última década de los noventa, cuando el viejo teatro tuvo que sobrevivir exhibiendo películas de cine porno.

¿Sabes lo que había cuando llegué a este sitio?, dice Miguel desde la barra, en la reja de la entrada decía Barbacoas... nosequé. Lo borré antes de saber su significado, y sobre él fui pintando letra por letra el nombre de D-i-v-a-s. Como invocando a los ángeles. Me vine de Estados Unidos porque iba a invertir en una empresa de energía solar, pero muy rápido me di cuenta de que ese negocio en Colombia todavía no es rentable. Luego me asocié con otras personas que me quedaron mal. Así que terminé escuchando a un amigo que administró alguna vez el Hotel Tropical y me dijo, Flaco por ahí hay un bar que cerraron. El local está vacío y esa zona es buena. Yo nunca me imaginé que iba a terminar en la misma cuadra del mejor club de salsa que tuvo el Centro, La Fuerza, abriendo algo que quería tener desde hacía mucho tiempo, un club lounge donde las trans pudieran encontrarse con sus clientes en un ambiente más relajado, right?, se sintieran seguras como en muchos lugares que visité en Nueva York, donde ellas representan otro género, más allá del masculino o del femenino, y son tratadas dignamente. Pero el amigo nunca me advirtió qué era esto. No me dijo que el bar que había antes lo cerraron porque quebró. Y el que había antes de ese, también. Eso me lo contaron ellas el primer día que abrí. Que en el antiguo local un cliente entró y con un cuchillo pum pum mató a una travesti porque le había robado. Y que otra se había muerto ahí afuera por lo mismo. Y otra más allá. Y otra más allacito.

Y luego está la policía. Uno de los días más importantes del bar fue cuando el señor Jorge Alonso Zapata nos regaló una exposición de sus cuadros de Barbacoas, la primera pequeña exposición que tuvimos en la parte de atrás del bar. Esa noche había como treinta personas conociendo Divas y una travesti que estaba en el hotel Majestic, al frente, le robó a un cliente sesenta mil pesos. Alguien llamó a la policía. Dos agentes llegaron en moto a verificar el hurto y uno de ellos, un arrogante al que le gustaba pegarles, se puso rabón y se vino para este local a gritarle a Yolanda, la trans que me administraba en ese momento. ¡Tenés que controlar a tus maricas!, le decía. Yolanda era una madre, así se conoce a las trans que están guerriando hace más de veinte años, desde que solo podían estar en Barbacoas y no sobre Palacé ni Perú, y traía aquí a todas sus travestis. Ahorita ya no hay ninguna como ella porque han ido cayendo presas vaya uno a saber por qué. Pero te decía que ese arrogante rabón llegó a joder a Yolanda, right?, y ella a tratar de explicarle que lo que había ocurrido era al frente, pero como él no quería entender lo mandó a comer eme. Entonces el arrogante rabón comenzó a sacar a la gente y a gritar, ¡Pásenme los papeles que voy a cerrar esta chimbada! Yo apenas regresaba de mi casa porque había ido a cambiarme, cuando me encontré toda la cuadra llena de tombos, como si fuera un operativo para capturar a un narcotraficante. Me molesté mucho y le dije al capitán, Ey, pá, qué es lo que está pasando. Yo a todo el mundo le he pagado. Incluso al que está ofendido. Y tengo mis papeles en regla. Y ellos pegados del Código de Policía para ver cómo podían joderme. Y así pasó. Me cerraron el local por tres días. Después, en diciembre, fueron siete. Aunque con el policía arrogante resulté hasta parcero. Cada rato pasa y me saluda, Ey, gringo, ¡qué más de Yolanda!

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III

Desde que abrió las puertas de Divas Lounge Club, Miguel no se ha quedado quieto. Cada tres meses hace un arreglo distinto. Pinta las paredes, renueva la utilería, saca nuevos papeles según el humor de la policía, reubica los muebles. Todas las semanas cambia los limones y el agua del recipiente de vidrio que tiene sobre la barra, una especie de amuleto de mesa que detiene, según dice, las malas energías que le llegan desde afuera. También retoca de vez en cuando la imagen de Marilyn Monroe que hay en la pared de la derecha, al lado de las cervezas frías. Una marilyn de labios rojos, cocaína en la nariz, y rosas en el pecho, donde le nacen dos alas. Miguel dice que ese es el ritual que practican en Europa las travestis para atraer a los clientes. Y lo de las alas es obra del artista que la pintó, porque para ellas esta diva es un ángel. Decía que Miguel no se ha quedado quieto, y después de los sucesivos inconvenientes con la policía y los enfrentamientos con trans que todavía hoy se niegan a seguir los mandamientos del Barbudo: no robar, no mamar en los baños, respetar a los clientes, no gasear, no pelearse entre ellas, y otros más, no fue raro que a los seis meses de haber inaugurado Divas, su dueño ya estuviera hablando de tumbar las paredes y convertir “la parte de atrás” en una galería de arte. Aunque siempre ha sido un poco eso. Lo fue incluso cuando había solo un pequeño corredor que conectaba dos habitaciones pequeñas con unos baños que olían a brisa tropical y a lavanda, donde los clientes podían reservar un rato con las trans que conocían en el bar. Ahí fue donde Jorge Zapata colgó sus cuadros de la calle Barbacoas y transformó por primera vez la modesta habitación en una galería con Resquicios del deseo. Un año después, las habitaciones desaparecieron para dar lugar a The Gallery At Divas, la primera galería de Medellín en torno al cuerpo y al género. Este espacio está separado del resto del bar por una puerta de vidrio esmerilado que conecta con una sala VIP para los clientes. La sala está iluminada por una lámpara de cristal y dos candelabros con velas. En el muro de ladrillo de la derecha hay un adonis griego. Las cuatro sillas victorianas de terciopelo morado donde uno se sienta a conversar toda la noche, como si no existiera el tiempo, le dan al espacio cierto aire de romanticismo europeo.

En esa sala, Cristina y Nikol inauguraron desde las tres de la tarde la exposición que se va a abrir esta noche con una sesión de manicura. Alrededor de la ponchera con agua tibia y jabonosa que hay en el piso, con los pies de Nikol sumergidos, están las obras de Chócolo, el caricaturista de El Espectador que es el artista invitado del mes para exhibir sus dibujos eróticos, fruto de una ardua investigación acerca del tema: mucho viagra, mucho sexo oral, mucha nalga, mucha silicona. A Nikol le han puesto uñas postizas en las manos y en los pies que cuesta diferenciar de las naturales. Ya se ha tomado media de ron y le entrega a Cristina un fajo de billetes para que vaya a traer más. Lleva tres meses en Medellín y ya se ha gastado como diez millones de pesos en trago, dice Cristina, y sale a cumplir los caprichos de su amiga. Nikol tiene veintitrés años y lleva la mitad de su vida prostituyéndose. Quería unas tetas grandes, un culo grande, una cintura de avispa, una nariz respingada, y una casa para su mamá. Ahora tiene todo eso y hasta más. Es una diva. Vive en Roma desde hace tres años, y volvió con un anillo de compromiso de un romano con el que se toma selfis en la cama y las comparte con todos sus contactos en Facebook. Habla italiano y sabe decir sogni adempiuti, sueños cumplidos, porque logró lo que he oído que todas las trans quieren aquí: irse un día para Europa, donde las tratan como otros seres humanos y no como bichos raros. Cristina llega con más ron y le sirve a Nikol una copa. Nikol se pasa un polvito blanco por la nariz para animarse y conversar sobre los cuadros, Eso parece el cuello del útero. Esa se parece La tatiana. Lo que nos une no se para. Jajaja. Violencia sexual. ¿Quién es Chócolo? Ay no, qué risa. Divinas esas tetas colgando. Ese pezón yo lo conozco. ¡Mamma mía! Me gusta. Tiene humor. Hummm. ¿Qué es lo que hay hoy?

Divas

IV

A las siete de la noche las trans de la barra conversan con los visitantes que han empezado a llegar. Llega Luana Borgia, una trans que vivía feliz en Austria con su novio, hasta que en una visita fugaz a Medellín conoció a Miguel y la convenció de que fuera su socia. En los espejos que hay en el umbral de la reja algunas se acicalan, se desempolvan la nariz, se acomodan el escote para que vean cómo tienen las tetas de bien puestas, se pintan los labios de rojo, mandan besos que llegan hasta la esquina de Perú, se dan palmaditas en la nalga y siguen el ritmo del reguetón dando pasitos en sus plataformas. Todas se miran como narcisos en un lago porque saben que así provocan, así no se atrevan a mirarlas. Los taxistas bajan la velocidad. Las motos bajan la velocidad. Ninguno para. En lugar de clientes con ganas de sexo, el bar se va llenando de curiosos que preguntan cosas entre ellos, ¿Por qué alguien pagaría por tener sexo con una trans? ¿Cómo será tener pene y tetas? Ellas aceptan ron, cerveza, shots dulces, polvo blanco. Conversan sobre cómo los curas tienen que eyacular porque si no se vuelven locos. Una le dice a Chócolo, Si quiere nos vamos para mi apartamento, yo vivo en un quinto piso, subimos y lo boto... por la ventana. Se ríen. Él dice, Los artistas somos voyeristas. Es un placer mirar. No es porno. Esto es diferente. Es como una pasarela.

Teresita Rivera, una mujer menudita pero enérgica, que coordina la galería de Divas junto a Jorge Alonzo Zapata y Omar Ruiz Hidalgo, le cuenta a un grupo de estudiantes de arte que vienen al sitio por primera vez. Al principio las trans estaban asustadas y preguntando por qué estaba viniendo tanta gente, dice. Empezamos a invitarlas para contarles de qué se trataba. Miguel era uno que se ponía a conversar con ellas durante horas sobre lo que veían en las obras y ellas se reconocían emocionadas y decían, ¡Ahí estamos nosotras! Se vieron por ejemplo en el trabajo de Jorge, que pintó las trans de Barbacoas, y eso las motivó a seguir viniendo con sus clientes y sus amigos a conversar de otras cosas.

Minutos antes de las nueve de la noche llega Miguel. Trae puesto un traje de gala gris, brillante y zapatos de charol. Impecable. Le hace señas a Tere para que lo acompañe adentro a dar la bienvenida a las más de cincuenta personas que llegaron a conocer el sitio y a Santa Putricia, la santa más puta y podrida de todas de la orden del Divino Coño, que va a inaugurar la exposición. Todos están apretujados, expectantes. Los visitantes están adentro mientras las trans se quedan afuera. No creen que este evento sea en honor a ellas. Miguel agarra el micrófono y lo primero que dice es: Quiero agradecer a todas las chicas trans de este sector. Nueva York es el lugar de donde vienen todas mis ideas y Divas fue la inspiración de lo que yo viví. Allá vi trans hermosísimas, unas divas, y mi sueño, lo que yo quiero hacer, es transformar este sector con ellas y con todo lo que estamos haciendo. Gracias por venir.

Mientras eso ocurre, detrás de la barra, como siempre, está su bate de béisbol a la mano.

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