El Parche De Bozo’e Leche

En las mañanas el sol se cuela por entre los edificios de la Avenida de Greiff y Bozo’e leche tiene que poner la sombrilla amarilla en el costado nororiental de su caseta para proteger higos, bananos y mangos. Con el día en marcha, van haciendo su aparición en esa esquina de la carrera Bolívar con el pasaje Calibío negociantes, rebuscadores, vendedores de tinto y menjurjes varios, trabajadores y desempleados.

Ahí, diagonal al Palacio de la Cultura y debajo de la estación Parque Berrío del metro, Bozo’e leche tiene hace diecinueve años un puesto de venta de frutas donde muchas veces la transacción de papaya, sandía, piña, salpicón se parece más a una excusa. Lo atractivo resulta ser la conversa, la discusión de ideas así sean repetidas, el parche para el desparche y, sobre todo, el fondo salsero de Latina Stereo que hace posible aislarse del ruido en el Centro. Una burbuja con fruta, tertulia y salsa.

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Hace diez minutos que Bozo’e leche abrió la caseta y dispuso frutas enteras en un par de bandejas. Ya suena Latina en un radio azul que se apaga por momentos y arranca otra vez. El volumen es alto y Celia Cruz desgarra con belleza: “te busco perdida entre sueños / el ruido de la gente me envuelve en un velo”.

Bozo, que se llama Carlos Enrique Restrepo López y al que también le dicen Caliche, Salserín, Ñerín, Mono —según el cliente o amigo—, se lamenta por haber tenido que regalar la grabadora que tenía porque no sintonizaba Latina, pero asegura que pronto va a resolver el problema del radio que compró para el desvare: “Mañana va pa cirugía, si no lo arreglo lo regalo. Y me traigo una grabadora buena que tengo en la casa”.

Antes de ponerse a pelar y picar fruta para echarla en vasitos desechables y ofrecerlos a mil pesos, Bozo se cambia las zapatillas por chanclas, se pone un delantal blanco y aprovecha el ofrecimiento de Piña, lavador de carros, mandadero y primero en llegar, para ir al parqueadero a llenar un galón con el agua que le servirá para lavar frutas y manos. Piña se lleva el recipiente y un billete de mil pesos para pagar por el líquido y regresa rápido sin reclamar pago.

Cuando Bozo está partiendo las primeras frutas, sandía y papaya, ya lo ha saludado media docena de personas que se acercan a darle la mano, señal de saludo y despedida de hombres que van o vienen del trabajo, rumbo a un trámite o para el cambalache de la Plazuela Nutibara. Uno de ellos llega preguntando si le trae el salpicón que le quedó del día anterior y que guardó en la cafetería del frente. Es Manuelito, que también hace el mandado gratis y se despide después de entregarle a Bozo el pote grande de plástico con las frutas en sus jugos.

El Parche De Bozo’e Leche

De la papaya, Bozo saca las pepas y se las tira a las palomas. “Pal colon masticar seis semillas de papaya, durante veinte días cada tres horas”, y saca el manual de recetas naturales, señala la sección de enfermedades gastrointestinales y vuelve a la bandeja donde pica y saca una tajada delgadita de la parte interna de la papaya, la que tiene venitas y frutas en formación. No es desecho, en un rato este recorte tendrá clientela entre sus visitantes. “¡Oiga, le vendo una guacamaya!”, le propone uno de costal al hombro que no se acerca del todo y Bozo levanta el cuchillo con el que pela una piña: “Las guacamayas son bonitas pero en el aire”, y vuelve a lo suyo con rabiecita.

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Un joven de camisa de manga larga, pantalón formal de prenses y zapatos negros brillantes se acerca a mirar cómo pica la fruta Bozo, como si hubiera venido solo a eso. “El muchacho viene por la fruta de la vida”, dice el frutero, que termina de pelar un mango y se voltea para coger un higo. Lo abre de un corte longitudinal maestro que permite quitar la cáscara sin haber lastimado la carnosidad. “El higo es bueno para la longevidad, para combatir el cáncer y aclarar la voz”, informa Bozo y asegura que esa fruta se da en Sonsón. El muchacho, que ya se mandó el primer bocado harinoso, reacciona: “Con razón esos viejitos de allá duran tanto, vea yo soy de allá y no sabía eso”. Paga mil pesos, esta vez más satisfecho con el dato que acaba de obtener que con la fruta.

Cerca de las nueve de la mañana, un par de muchachos le sirven a Bozo’e leche un vaso de aloe vera con miel, que él les paga con una porción de papaya picada. Uno de ellos dice señalando a Bozo con la boca: “Él siempre con la salsa, con la alegría”.

Pasado el trago, con sabor a remedio, empieza a consolidarse un grupo de asiduos que estará un par de horas con Bozo y su radio. Tres policías bachilleres que le dicen Salserín, preguntan por los beneficios de las frutas y aseguran que Caliche “no niega una frutica”. El Flaco, una aparición fantasmal que se mueve por el sector con caneca y trapeadora, y quien le trae el hielo para mantener frío el salpicón. Dos señores que están a unos pasos de la caseta y conversan entre sí al margen. Piña que se fue un rato y volvió con un parlante que le entregó un taxista para llevar al cambalache.

Y el Barbado, o Barba, que acaba de llegar, de sombrerito de ala corta a cuadros en tonalidades azules, bluyín con correa y camiseta roja del DIM. Sin necesidad de saludar a todos coge un butaco y se sienta a hojear un periódico, pero rápido interrumpe para seguir una canción de Charlie Figueroa que suena en la emisora: “Pero no creas que porque te nombro te sigo queriendo / cuando se quiere como me has querido / el odio es tormento”.

Héctor Fabio Álvarez Vasco es el Barbado, pintor de brocha gorda, parcero de vieja data de Caliche o Bozo, el más salsero y fijo en el parche: “La gente en el barrio cree que yo trabajo porque me vengo todos los días desde por la mañana y a las cinco y media me voy”. Su gusto musical, dice él, le viene por cuenta de una tía abuela suya, Emiliana Macía, que cantó salsa y tango en la primera mitad del siglo pasado.

Como últimamente le han exigido el certificado de trabajo en altura y no lo ha querido sacar, Barba está desempleado, por eso su programa diario es “ayudarle” a Bozo y por ahí derecho dedicarse a la política pues es un activo promotor de la legalización del cannabis. “Desde la comunidad cannábica estamos apoyando a un aspirante al concejo y otro a la asamblea en busca de la despenalización”, dice. Allí, en ese cruce donde Bozo de leche convoca, funciona el centro de operaciones y de los preparativos de la marcha canábica que se realiza cada mes de mayo, y ellos dos están entre los más comprometidos organizadores.

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Bozo’e leche vende fruta desde 1973. Antes de estar en este punto estuvo en los alrededores del Banco de la República. Ahora que está contando que nació en Andes pero desde los dos años vive en Medellín, “la mejor tierra del mundo”, uno de los presentes con ganas de conversa interviene: “Ah, sí, Andes es de los pueblos más amañadores del suroeste”. Y Pamela, que está terminando Sentimiento Latino, deja escuchar su voz entre La Camarera de mi amor y Hola soledad, “casi siempre estás conmigo / te saluda un viejo amigo / este encuentro es uno más”.

El Parche De Bozo’e Leche

Desde que Orlando Patiño se trasteó para Latina Stereo con el programa de la Sonora Matancera que tenía en Caracol Radio, en el parche de Bozo se escucha Latina todo el día todos los días. Aunque Bozo confiesa que a veces pone La Voz de Colombia “un ratico por la mañana”, las baladas lo hacen recordar.

Bozo suele llamar a votar en el Debate de soneros y a pedir canciones, y como dice Piña: “Primero había que llamar pa que lo saludaran y ahora hay que llamar pa que no lo saluden”.

La cercanía con Latina lo ha llevado junto con el Barbado a ser invitados especiales en conciertos organizados por la emisora y, más importante aún, a ser recibidos en la casa de Latina sin necesidad de aviso. “Nosotros somos bienvenidos allá, vamos llegando. Nada menos el domingo estuvo el Barbado llevando unos moritos de Versalles, una elegancia, en agradecimiento”, cuenta Bozo más entusiasmado que Barba que tuvo que ir solo: “Porque Caliche trabaja hasta los domingos”.

Cuando Cepillo, en un costado de la caseta, afila contra una piedra los tres cuchillos de Bozo’e leche, llega un señor bajito, con pinta de cansado, coge un vaso de papaya picada y paga. El vendedor de fruta no puede dejar de mencionar las bondades de la papaya y como por reflejo se refiere al higo. “Las frutas son las que curan, todo está en la naturaleza”, y abre los brazos para hablarnos a todos: “Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”. Y la mecha se enciende:
—Entonces usted se vino muy adelante porque la realidad está en el edén —dice el comprador masticando papaya.
—La realidad está en el edén, es que nosotros estamos en el paraíso, nosotros tenemos todo en las manos… Todo, todo. ¿Quién le dijo a un perro que comiendo yerba se purgaba? ¿O quién le dijo al mico que comiéndose la cáscara del banano se trababa? El mico se come el banano con cáscara y todo porque la cáscara lo motiva —le espeta Bozo, y sentencia—:
Nosotros fumamos mariguana porque nos sentimos contentos.
—Te estás autodestruyendo porque la clínica y los hospitales están llenos de gente tomando droga pa no morir y vos tás consumiendo droga pa morir, tonces dónde está tu sabiduría hermano —el cliente, muy molesto, empieza a irse. —¿Y quién dijo que la mariguana era droga? —refuta Piña, frase que repitió de inmediato Bozo de leche.
—Es un alucígeno hermano y los borrachos no entran al reino de los cielos —el señor bajito yéndose, todavía con papaya en el vaso.
—¡Qué chimba de pregunta le hicieron! —celebra Cepillo.
Ya el cliente cruzando la calle, huyendo de los demonios, voltea la cabeza para sonreírles a todos, como complacido por el alboroto, y sigue gritando algo sobre el cielo y el infierno que nadie entiende.
—Y a uno quién le va a dar explicación de que el cielo sí existe —dice Barba, y alzando la voz vuelve a decir algo que todos le han escuchado muchas veces antes:
que fueron las políticas criminales de los Estados Unidos las que satanizaron la marihuana en 1930. “¿Por qué? Pa que no nos la fumáramos y se la mandáramos a ellos”, mete la cuchara Bozo.

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En el parche de Bozo’e leche se habla y se transita libremente. En cualquier momento aparece gente con un cable de luz a pegarse de la extensión donde está conectado el radio y probar si una grabadora o un celular están buenos antes de cerrar un negocio. Mientras tanto, al lado de Bozo, que sigue pelando fruta, otros le van echando mano a los restos de papaya y se ruñen las cáscaras del mango y la sandía.

Cuando ya Latina trasmite su Canal salsero y suena Soy la fama, Barbado, Piña y Bozo hablan de igual a igual con los tres muchachos que están pagando su servicio obligatorio en la policía. Y hablan justamente de eso de trabajar en “la institución”. Que se jubilan jóvenes dice Barba, pero que hay que estar disponibles las 24 horas dice uno de los pelaos. Y Bozo fulmina: “Un día un policía le dijo a un hijo mío: ‘uno aquí no ve morir a la madre y no ve nacer a su hijo’”. Y Lavoe: “…soy aquel que la gente reclama / pero nadie puede comprender”.

La sombrilla cada vez cumple menos su oficio, el sol ya está dando sobre el viaducto del metro. Unas cuantas abejas merodean la sandía cuando el Barbado vuelve a mencionar, como en otras ocasiones, un recorte que tiene del papa Juan Pablo II con un poncho antioqueño y que él dice que no ha visto en ninguna otra parte. Su interlocutor es Cepillo que antes de irse a mediodía pregunta cómo quedaron los cuchillos.

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El Parche De Bozo’e Leche

La tarde es un hervidero. El reflejo del sol se proyecta desde Calibío. La sombrilla amarilla, en el costado suroccidental de la caseta, protege ahora la fruta en vasitos. Dice Bozo que papaya y sandía es lo que más se vende, pero en realidad lo que más se transa aquí es discurso. Cuando ya terminó Una hora con los solistas de la Sonora, paran, pasan, parchan alternadamente unas veinte personas. El antiguo minero que llega en moto y habla de su mal del colon, el muchacho que pagó servicio con un hijo de Bozo y se vino a hacer tiempo después de perder la venida al Centro, el otro al que Barba y Bozo le pararon el avance de un cáncer de garganta a punta de remedios con marihuana, el que estuvo ayer en el estadio y se pone a mostrar fotos en su celular, los dos que aparecieron regalándole un bombón o un confite a cada uno, el viejito de pantalón blanco amarrado a la altura del pecho que hace una premonición sobre el campeonato de fútbol, el que pide que le cambien un billete, el que apenas para oreja, los dos que se recuestan en la caseta a cantar bien al lado del radio.

Después aparecen más, como el vendedor de manillas que se queda un rato escuchando a la gente y la música, y se va contento bailando aunque sin una moneda; y el señor que se pegó de la caneca de agua para lavarse manos y cara.

En medio del agite, Bozo se la pasa controlando el volumen de la emisora —que esta tarde no falla— según la conversa, según la canción. Y trastea con la sombrilla para que no se le calienten las frutas. Cuando baja un poco la marea, regala de a pedazo de papaya; el algo, dice.

Atendiendo a sus amigos y cuestiones varias, Bozo apenas tiene tiempo para decirme que fue un compañero suyo hace mucho tiempo el que le puso ese apodo, “por el bozo”, pero que tuvo que quitárselo hace cinco años para cumplir las normas y seguir trabajando la fruta.

Aunque la cantidad de gente no se traduce en ventas, eso a Bozo parece no importarle, lo suyo es el goce y no es sino que suene Los cocacolos para que él se baile la charanga.

El cambalache del otro lado de la calle hierve también con el trueque de relojes, ropa, celulares. Allá llevó Piña el parlante y con la ganancia de cinco mil pesos se compró una camiseta tipo polo clarita y un bluyín que vino a mostrarles a todos.

Son las cinco y media y el Barbado, puntual, se va: “A mí me gusta que me coja la penumbra ya en la casa”. En veinte minutos estará en Villa Hermosa listo para escuchar Dos con el mismo sabor.

Bozo de leche seguirá rodeado de gente y de música otra hora más, con la alegría de la salsa que opaca motores, pregones, pitos y rieles. Salsa que adoba la tertulia entrecortada, el sapoteo de temas y el silencio de a veces.

Con el fresco del atardecer, Bozo saca de su libro de recetas un recorte de periódico con una foto de esa esquina. Los presentes se congregan intentando calcular de qué año es, hasta que aparece un hombre que se desencarta de una mujer que está perdida, necesita encontrar el bus que la lleva al Plan. ¿El Plan, eso dónde queda? ¿De qué color es el bus? ¿No tiene a quién llamar? Los contertulios de Bozo debaten, señalan, alegan, se actualizan, tratando de ayudar a la señora. Ella todavía no sabe que donde está no tiene pierde, del sabor de este parche saldrá la solución a su problema.

El Parche De Bozo’e Leche

 

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