Lovaina, Fotografía Juan Fernando Ospina

Un lugar prohibido al que mucha gente ha ido

La calle Lovaina era atravesada por las carreras Bolívar, Neiva, Popayán, Santa Marta, Balboa, Palacé y Venezuela, todo un amasijo de geografías que había nacido como extensión del barrio Pérez Triana. Y yo, que en ese entonces ya tenía siete años y más o menos sabía dónde quedaban algunas ciudades del mundo, no entendía cómo en tan pocas calles se podía pasar de la blanca Popayán a la calurosa Santa Marta, y de la nublada Lima a la ciudad de un país que un año antes, en 1990, había celebrado el primer mundial de fútbol del que tuve plena consciencia.

Lovaina era para mí, entonces, un lugar perdido, esquizoide, a la vez calle y carrera, calle y barrio, olor a jabón y a indigentes, de drogadictos y ladrones, putas y difuntos, amor y muerte. ¿Por qué las prostitutas se fueron a trabajar y a vivir al lado del cementerio más tradicional de Medellín? Porque los vivos nunca han querido vivir al lado de los muertos, y las mujeres que ejercían la prostitución en esa época estaban muertas en vida: habían quedado embarazadas o perdido la virginidad antes del matrimonio y por eso no podían casarse y hacer familia, que era toda la vida a la que tenía derecho una mujer por esos días.

 

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