Los niños tinteros. Anónimo, 1925. Álbum de la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín.
Hace noventa años las hermanas Melguizo se inventaron en Medellín un aromático negocio. El café era todavía una especie de excentricidad árabe en la ciudad: “el tinto se tenía como un refinamiento de extravagancia y sólo lo tomaban después de las comidas los señores principales, acompañado de un cigarrillo de Ambalema”.
Las Melguizo les colgaron a algunos niños vestidos con pantalón “cogepuerco” una elegante caja de madera con pocillos de loza, azucarera, cucharillas y termos de café. En poco tiempo los niños tinteros se convirtieron en una sensación. El tintineo de porcelana en los alrededores de los teatros y los parques principales prometía un placer exclusivo. Pasó la novedad y los niños se volvieron legión y plaga citadina. La mugre de los pocillos y el nuevo encanto de los cafés acabaron con la repartija en la década del cincuenta.
El café ha regresado en termos y las ollas descomunales burbujean en las madrugadas. En la cocina está el maestro tintero con su delantal, su cucharón y la postura del sommelier a la hora de catar el producto. Lo acompañan los dos encargados de llenar los termos, que trabajan sin miedo a las quemaduras y a los regueros. Los siete días a la semana, las veinticuatro horas del día, dos despachadores se encargan de llenar los termos de 300 tinteras –el noventa por ciento son mujeres– que inician sus recorridos con la esperanza de cambiar los brebajes por monedas de 200 contantes y sonantes.
*Pascual Gaviria. "Termo King". Universo Centro 15, 2010.