Tinteros del centro

Los siete días a la semana, las 24 horas del día dos despachadores se encargan de llenar los termos de 300 tinteras —el 90% son mujeres— que inician sus recorridos con la esperanza de cambiar los brebajes por monedas de 200 contantes y sonantes. La fachada de El Buen Sabor tiene un mural que parece reproducir la famosa escena que adornó durante mucho tiempo nuestros billetes de 200 pesos. El popular cafeterito que todavía se vende como una reliquia. El mural termina siendo un homenaje perfecto a los mismos 200 pesitos que hacen posible el carrusel de vendedoras dando vueltas por las calles de Medellín. Eso vale el vasito de tinto meloso. Es lo grande de los negocios menores: hasta el que no tiene puede comprar.

Es difícil imaginar una fábrica más sencilla y más productiva. En la cocina está el maestro tintero con su delantal, su cucharón y la postura del sommelier a la hora de catar el producto. Lo acompañan los dos encargados de llenar los termos que trabajan sin miedo a las quemaduras y a los regueros. Llenan sus jarras plásticas en las ollas monstruosas, donde se podría cocinar a un cristiano bien amarrado, y dejan caer los borbotones sobre los termos. Las tinteras van recogiendo sus pedidos y pasan a la mesa de contabilidad y recaudo junto a la puerta. Una planilla y una calculadora XL son los instrumentos de trabajo del gerente, dueño y apóstol de El Buen Sabor. Por ahora solo les dejo el nombre y una señal particular: Don Miguel, tatuaje con corazón y LOVE en el antebrazo derecho.

 

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