En febrero de 2015 se demolió El bazar de los puentes, un conjunto de locales que respiraba el hollín procesado por el deprimido de la Avenida Oriental. Era uno más de los doce centros comerciales populares que se han ido construyendo para recuperar el centro y alrededores.
Entonces nació el centro comercial El reguero. Unos quinientos metros sobre Bolívar, entre límites de la Plaza Botero y la estación Prado, en el que se tienden unos seiscientos plantes. Trabajan unas mil doscientas personas ofreciendo un surtido que baja en carretillas desde Laureles, El Poblado, Itagüí, Boston. Los que surten llegan entre las seis y las diez de la mañana. Venden la “finca” completa: un costal, una carretilla, un atao de sorpresas. Un buen día puede dejar cincuenta mil pesos y uno malo entrega quince mil. Uno de los más grandes organiza una tonelada todos los días y uno de los pequeños ofrece veinte libros en una caja de Lúker. Las vacunas tienen una lógica distinta, más precaria como corresponde al “local”, unos días llegan, unos días se les paga, unos días ayudan a cargar, unos días están recién apuñalados.
En el antiguo bazar había menos público y más facilidades. Los locales servían de bodegas, pagaban a regañadientes quinientos pesos y la lona se tendía en la acera. Ahora pagan cargueros y bodegueros. El paseo comercial divierte y tizna, caminan nostálgicos profesionales y arrancados a la última moda. El almuerzo completo vale 3.500 y el litro de cerveza helada 3.000. Con la oscuridad se acaba todo y queda la resaca de la resaca.