A este club que para muchos ni siquiera es tal llegan “trabajadores loquitos, payasos y gente muy tesa”. Vienen de todo Medellín y de municipios cercanos, y “hasta de Australia hubo un jugador, Steven, pero no volvió”. Cuando hablan de quienes han pasado por aquí, enumeran concejales, científicos, líderes indígenas, gerentes, sargentos de policía...
Entre sus miembros frecuentes hay invidentes como Jorge, que “con las manos arma el ajedrez en su cabeza, palpando las fichas”, y mudos que cuando ganan emiten fonemas de alegría.
Sacan pecho contando que les han ganado a campeones de “La Liga” en simultáneas de ajedrez. Que han devuelto con el rabo entre las patas a jugadores “élite”. Que algunos han venido “encubiertos” y cuando los descubren se van y no vuelven. Y que otros llegan con ganas de apostar “entonces uno los asienta”. “¡Y así y todo hay gente que se atreve a decir que aquí no hay nivel!”.
Aunque se recuerdan apuestas de hasta 200 mil pesos, en la rutina, cuando las hay, suelen ser de mil o dos mil. Ha habido quienes apuestan el tablero, el reloj, el celular. “Pero lo mejor es jugar sin apostar”.