Antiguo Palacio Municipal. Fotografía Rodríguez, 1936.
La construcción y ocupación del Centro Administrativo La Alpujarra, donde se concentraron todas las sedes institucionales administrativas municipales, departamentales y nacionales, tuvo fuertes repercusiones negativas en el centro tradicional de Medellín, como lo habían señalado algunos críticos de aquel proyecto en su momento y como lo señalan las investigadoras Gloria Naranjo y Marta Inés Villa, citando de paso al ingeniero Fabio Botero Gómez:
Con el traslado de la administración departamental y municipal para La Alpujarra, se privó al centro histórico de su función pública administrativa, desarticulándolo del conjunto de la trama urbana. Según Fabio Botero: “queda desamparado el centro histórico de Medellín, que pierde su carácter, su personalidad dentro de la vida urbana (…) el centro tradicional fue desdibujado, se trastocaron las funciones que la historia había dado a cada parte de su corazón ciudadano”.
Pero no solo se trataba del abandono de los edificios donde estaban las instituciones, sino que el tiempo trascurrido entre el concurso, la construcción y ocupación, coincidió en buena medida con un contexto económico internacional que los especialistas han considerado como incierto y volátil, iniciado en 1970. Las recesiones de los países industrializados en 1975 y 1982, el alza exorbitante de los precios del petróleo a nivel mundial, el incremento de las tasas de interés, entre otros factores, repercutieron en los países latinoamericanos. Algo de lo que no fue ajeno Colombia que también entró a formar parte de la crisis de la deuda externa de 1982 y cuyo proceso de desarrollo industrial se empezó a frenar desde 1974. Una ciudad como Medellín, cuyo crecimiento industrial había sido sostenido desde principios del siglo XX y era considerada la capital industrial del país, sintió con mayor rigor los efectos de la crisis, al punto de llegar a tener tasas de desempleo del 23% para el año de 1983.
Lotería de Medellín, Antiguo Palacio Municipal. Francisco Mejía, 1939.
Esto repercutió en el aumento de la informalidad urbana, coincidiendo con el momento del traslado de los mercados populares del sector de Guayaquil a la Plaza Minorista, donde muchos no alcanzaron cupos y no pocos fueron renuentes a ser trasladados y a ubicarse lejos del movimiento económico urbano. De ahí que vendedores de Guayaquil y los nuevos grupos de informales en conjunto se tomaron las calles y el poco espacio público de la ciudad, con los consiguientes efectos negativos.
Si a lo anterior se suma que las obras del sistema masivo de transporte, Tren Metropolitano o, simplemente, Metro, iniciadas en 1985, con un importante trayecto en viaducto por el centro de la ciudad a lo largo de la carrera Bolívar, estuvieron paralizadas por cerca de siete años —entre 1987 y 1992—, cuando se reanudaron, el panorama era desolador, todavía más cuando eran momentos aciagos de violencia, criminalidad y narcotráfico. El centro de la ciudad era el reflejo de la situación de caos social que se vivía.
La arquitectura residencial fue abandonada y los habitantes fueron a ocupar otros espacios de la ciudad, donde les pudieran ofrecer algo de seguridad o un sucedáneo de espacio público. Incluso la actividad empresarial y bancaria se relocalizó por fuera del centro, ante lo cual el deterioro arquitectónico fue evidente. A las demoliciones sobre la carrera Bolívar para construir el viaducto del Metro las habían antecedido otras por ensanche de vías o por construcción de nuevos edificios, y se le sumaron todavía más por las nuevas avenidas, los nuevos rascacielos urbanos o la simple especulación inmobiliaria.
En esa especie de panorama dantesco unos pocos esfuerzos por memorizar y contener la arremetida demoledora se intentaron a finales de los años 80, como los casos de la Estación Ferrocarril de Antioquia (una primera etapa entre 1985 y 1987), el Paraninfo de la Universidad de Antioquia (iniciada su primera etapa en 1986), el antiguo Palacio Departamental reconvertido en Palacio de la Cultura, cuya restauración se inició en 1987. O con obras de espacio público como el proyecto del Parque de San Antonio entre 1992 y 1994. Adicional a ello fueron surgiendo posibilidades y alternativas cuando las mismas obras de los bajos del viaducto del Metro, inaugurado en 1995, se convirtieron en determinantes del nuevo espacio público.
En este contexto surgió la propuesta de adelantar el proyecto Museo de Antioquia-Ciudad Botero, el cual fue contemplado inicialmente en el Plan de Intervención del Centro de 1992, pero que solo empezó a tomar real forma desde 1998, cuando en la administración de Juan Gómez Martínez se creó una Gerencia para el desarrollo del mismo, se adelantó un concurso arquitectónico internacional, se empezó la ejecución de las obras y se inauguró su primera etapa en octubre de 2000.
Museo de Antioquia. Archivo fotográfico Museo de Antioquia, s.f.
Este proyecto posibilitó el reciclaje del antiguo Palacio Municipal para convertirlo en la nueva sede del antiguo Museo de Zea, trasladando sus instalaciones del viejo edificio contiguo, ahora con el nombre de Museo de Antioquia; a la vez que implicaba el mejoramiento y reforma de este para sede alterna y un proyecto de remodelación urbana que implicaba, entre otras obras, demoler todas las edificaciones contiguas al antiguo Palacio Departamental (ya conocido como Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe), para configurar allí la Plazoleta de las Esculturas, donde se ubicarían catorce esculturas del maestro Fernando Botero.
El desarrollo de este proyecto fue un punto nodal de la transformación de sectores próximos o inmediatos a donde está implantado, a lo cual contribuyeron otros proyectos complementarios desarrollados en los años siguientes, entre los que se destacó especialmente el Paseo Urbano de Carabobo —cuyo primer tramo fue inaugurado en noviembre de 2006—, que permitió enlazar este nuevo espacio público con la Plaza de La Luz o de Cisneros, en la parte sur, y con el parque de Los Deseos y el Parque Explora, en la parte norte del centro de la ciudad, creando un sistema de espacios públicos, algo que era fundamental y de lo cual se carecía, con lo cual se generó una nueva dinámica urbana en el centro tradicional de la ciudad. Curiosamente, pese a la cercanía con el Museo de Antioquia y la Plaza de las Esculturas y de la Plaza de Zea y la misma Casa Zea —solo dos y tres cuadras respectivamente—, los efectos desencadenantes de los mismos no irradiaron hacia allí con la fortaleza debida, pues quedaron a espaldas de ellos, sin ninguna continuidad espacial, carentes de elementos que les permitieran beneficiarse; no obstante, siguen teniendo un enorme potencial para su articulación futura en un proyecto mucho más integral.
Si bien para el año de 1992 se planteó un Plan de Intervención del Centro y desde 1998 se adelantaron una serie de obras de gran importancia para la renovación del centro de la ciudad, entre las que se destacaron las ya mencionadas de Ciudad Botero, el Parque de La Luz, la restauración de los edificios Vásquez y Carré, entre otras obras; es en el periodo 2004-2007, durante la administración Sergio Fajardo, cuando se plantea un nuevo Plan del Centro, el cual buscaba no solo articular acciones a escala gubernamental, sino estructurar proyectos de ciudad, como el ya referido Pasaje Urbano de Carabobo, entre otras obras; no obstante, el desarrollo posterior tuvo desiguales resultados y los cambios políticos no han permitido continuidad en las acciones y los esfuerzos.
