Yo creo en el amor que ayuda.
Cartel de entrada
Construida entre 1791 y 1803, fue elevada a parroquia en 1883. Casi cien años después, en 1982, fue declarada patrimonio cultural de la nación. Su fachada fue restaurada por la Fundación Ferrocarril de Antioquia en 2005.
Sana
Fue después de la llegada de un padre nuevo, en 2009, que en la parroquia de La Veracruz no pudieron volver a dormir los mendigos, ni a negociar las prostitutas, ni a hacer sus viajes los sacoleros, ni a meter mano en bolsos y carteras los ladrones. Entonces pudieron regresar los fieles verdaderos, los devotos de la iglesia, la comunidad limpia y ordenada de seguidores de Dios, sin temor al robo o al contagio moral.
Entre los transeúntes que volvieron a detener su marcha para orar o asistir a misa completa también están los miembros de las pocas familias que aún residen en los edificios del sector. Muchos buscan directamente al padre para que les bendiga estampas, medallas, rosarios, cadenas y, sobre todo, botellas de agua. Agua bendita para sanar y creer.
Ofrenda
Aunque todos los santos de esta iglesia tienen su clientela, como es de esperarse en un templo que recibe casi veinte mil fieles al mes, es Jesús de la Buena Esperanza el que nunca está solo. Sentado a la izquierda del altar central, tiene un cetro en una mano y una cruz en la otra. A sus pies siempre hay hombres y mujeres que le piden, lo tocan, depositan monedas en el cofre, pegan una vela, se persignan y se van.
Son trabajadores, vendedores ambulantes, jubilados, vagos, enfermos y uno que otro loco. La mayoría van de paso, y pocos son los sacramentos que se suministran en La Veracruz: unos seis bautizos al mes y pare de contar, porque aunque en 2012 hubo setenta primeras comuniones, cuando el padre nuevo decidió cambiar el periodo de la preparación de seis meses a un año, ya nadie quiso inscribirse.
Crece
Pero La Veracruz tiene un encanto que va más allá de ese público variopinto y flexible que la frecuenta, y es ese aire de capilla de pueblo vacío que fue con el que nació. De hecho, a la primera edificación, que permaneció en pie entre 1682 y 1712, se le llamó Ermita de La Veracruz y sirvió para dar sepultura a los forasteros. Para 1803, cuando se terminó la construcción de la actual parroquia, tampoco era que hubiera cambiado mucho la cosa, pues Medellín apenas tenía diecisiete calles, 242 casas y seis iglesias.
A pesar de su tamaño, fue escenario de hechos relevantes en la historia de la ciudad. Por ejemplo, cuando la iglesia de La Candelaria fue cerrada por reformas, La Veracruz sirvió de apoyo a sus actividades litúrgicas y sacramentales, como el funeral de monseñor Juan de la Cruz Gómez Plata, obispo de Antioquia, fallecido en 1850.
Da
La Veracruz de hoy está abierta todo el día, todos los días. Tiene una sola nave y no tiene cúpulas ni lujos. Lo ostentoso fue cuando la inauguraron. Cuentan que el español José Peinado Ruiz, principal benefactor de la obra, estaba tan emocionado cuando terminó la construcción que llenó el templo de claveles, rosas y lirios y regó el piso con agua de colonia. Toda una excentricidad, pero no era para menos: habían sido doce años de trabajo y de sacar plata del bolsillo.
La generosidad quedó sembrada en el corazón de esta iglesia. Aunque indigentes y trabajadoras sexuales han sido los indeseables del sector, son ellos los beneficiados cada ocho días con una merienda y cada mes con la palabra de Dios adosada en cajitas de Icopor con frijoles, arroz y carne.