Una calle de pueblo grande
Diego Agudelo Gómez

Una calle de pueblo grande

En la calle Perú, entre la avenida Oriental y la carrera Ecuador, no crece ni un solo árbol. Los andenes de cemento cuarteado si acaso dan espacio para que una masa desgranada de peatones crucen diariamente hacia el Parque de Bolívar o hacia alguno de los locales comerciales que funciona a los costados de la calle. Caminar el trecho que conduce hacia el parque más importante de la ciudad no ofrece ningún atractivo en particular, salvo que al fondo puede apreciarse el costado de la estatua del Libertador y los árboles frondosos que le dan sombra se ofrecen como una promesa de aire fresco. Poco queda de las construcciones que antaño le daban a Perú la elegancia que en los pueblos suelen tener las calles del medio, aquellas por las que el fluir de la población desemboca hacia el abrigo de la tertulia y el encuentro que suele darse en los parques.

Quienes han habitado desde hace décadas en los edificios residenciales de la zona, recuerdan la progresiva transformación de una calle a la que evocan como floreciente alameda. Mario Valderrama, de 72 años, describe casas de amplios balcones y portones de madera siempre decorados con macetas llenas de flores que al lado de las palmas que crecían a lo largo de la calle la hacían parecer un jardín. “Esta calle era la mejor demostración de que Medellín era un pueblo grande. Era la más transitada por todos los que venían al parque a cumplir sus obligaciones con Dios y a buscar la tertulia con los amigos”.

Una calle de pueblo grande

Durante la primera mitad del siglo XX, Perú era uno de los corredores principales que transitaban los campesinos de Santa Elena y los habitantes de barrios como Boston y Enciso hacia el epicentro de la vida religiosa y social de Medellín. Junto a Bolivia y Caracas, Perú completaba una triada de bulevares cuyas residencias se tenían entre las más elegantes de la ciudad. Casas de techos altos y fachadas que mezclaban el estilo europeo con un estilo autóctono entre lo urbano y lo campesino: portones altos y balcones de madera de aire colonial que se prestaban para salir a “noveleriar”, un verbo muy propio de la estirpe curiosa y conversadora de los antioqueños, que le hace compañía al verbo “juniniar”.

La transformación urbanística de Medellín terminó reflejándose en una transformación gradual sobre la calle Perú. En primer lugar, la cobertura de la quebrada Santa Elena, realizada por tramos entre 1924 y 1940, hizo que ya no fuera una de las principales vías hacia el Parque de Bolívar. Para la población de la ladera oriental de la ciudad era más fácil descender por la nueva avenida hacia la calle Junín y de allí llegar a los dominios de la Catedral Metropolitana. A partir de la segunda mitad del siglo XX, las familias que residían en el Parque de Bolívar empezaron a emigrar hacia el sur de la ciudad. Las casas era convertidas en locales comerciales o demolidas para darle paso a la construcción de torres de apartamentos que empezaban a competir en altura con la catedral.

La construcción de la avenida Oriental entre 1973 y 1979 fue otro de los hitos urbanísticos que cerraron el auge de Perú como corredor principal hacia el Parque de Bolívar. Medellín dejaba de ser un pueblo grande y ejercía su aspiración de ciudad cosmopolita. La calle que antes invitaba a vagabundear con la calma de un caminante que disfruta cada uno de sus pasos fue ensanchada para facilitar el flujo creciente de vehículos. Las casas que servían como residencia de familias numerosas se convirtieron en edificios de apartamentos, parqueaderos, clínicas y locales comerciales donde hoy funcionan ópticas, restaurantes, droguerías y algunas tabernas.

Pero la transformación del entorno no desplazó totalmente el interés de quienes visitaban el Parque de Bolívar. El ánimo de amistad y charla se mantuvo con la aparición de nuevos negocios. Conforme iban desapareciendo lugares tradicionales, como la Heladería San Francisco, donde era todo un privilegio pasar la tarde comiendo helado, aparecían otros como La Polonesa, un café ubicado en Perú con Ecuador que desde principios de los años ochenta se ha ganado el prestigio de bar clásico de la ciudad.

Una calle de pueblo grande

Con la construcción del edificio San Jorge, el Parque de Bolívar ganó un nuevo local que al principio funcionó como salsamentaria, donde los clientes acudían no solo a comprar víveres sino a compartir uno que otro trago. Con el tiempo, La Polonesa se ganó la fama de tertuliadero oficial de la zona. Desde sus mesas se aprecia una vista excepcional del Parque de Bolívar. Los ventanales rodean la esquina en la que el bar se encuentra ubicado, lo que en el día le otorga una luminosidad acogedora que invita a la charla y la contemplación.

Arcesio Castaño regenta el bar desde hace diez años, pero su labor no se limita a servir copas y complacer las peticiones musicales de los clientes, cuando alguno de los habituales se sienta en una mesa ―hombres y mujeres que se dan cita para recordar viejos tiempos―, Arcesio también participa de una conversación que bien puede recorrer temas de la política actual o las últimas hazañas deportivas, pero que con mayor frecuencia se concentran en una evocación del pasado. “Uno aprende mucho de historia con los clientes”, dice Arcesio, “y se da cuenta de cómo se ha transformado el centro. Hemos tenido épocas muy duras, de inseguridad. La gente dejó de venir mucho al parque por miedo, pero últimamente se ven más caras nuevas”.

Caras que seguramente se multiplicarán con la transformación que se avecina para la zona. A la remodelación del Parque de Bolívar y la consolidación de la avenida Oriental como corredor verde del centro se le sumará la recuperación de la calle Perú para los peatones. Será como volver a recorrer la calle del medio de un pueblo grande. Entre las obras que la Alcaldía de Medellín y la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU) realizarán en este corredor están las de ampliar los andenes, crear jardineras y plantar árboles para que Perú recobre su atmósfera de bulevar. El Parque de Bolívar siempre ha sido un pulmón fundamental de la ciudad. Sus árboles centenarios le hacen frente a la contaminación y la renovación de la calle Perú será como tender un puente para conectar el paisaje de un centro renovado.

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