Durante la primera mitad del siglo XX, Perú era uno de los corredores principales que transitaban los campesinos de Santa Elena y los habitantes de barrios como Boston y Enciso hacia el epicentro de la vida religiosa y social de Medellín. Junto a Bolivia y Caracas, Perú completaba una triada de bulevares cuyas residencias se tenían entre las más elegantes de la ciudad. Casas de techos altos y fachadas que mezclaban el estilo europeo con un estilo autóctono entre lo urbano y lo campesino: portones altos y balcones de madera de aire colonial que se prestaban para salir a “noveleriar”, un verbo muy propio de la estirpe curiosa y conversadora de los antioqueños, que le hace compañía al verbo “juniniar”.