Medellín, Plaza Principal. Lado oriente. Simón Eladio Salom, 1860. Museo de Antioquia.
El Centro de Medellín siempre ha sido dinámico, diverso y áspero. Un hormiguero de trabajadores y estudiantes; de vagos y rebuscadores. Un lugar para el encuentro de rezanderos y descreídos. Donde hacen dinero los más ricos y sobreviven los desarrapados. Y la fuente del sustento de centenares de miles de habitantes. Le faltan seguridad y aire limpio, pero le sobran personalidad, historia y carácter.
Y en el torbellino de habitantes que deambulan por esa cinta gris sin fin multiplicada en las calles de este sector de la ciudad, las plazas y plazuelas son los pocos lugares propicios para detenerse, charlar y descansar. Grandes o pequeñas lograron aglutinar a los medellinenses y pasaron de ser los lugares de encuentro de los ricos y ostentosos al club social de los que no tenían nada. Es tal su importancia social que muchos de ellos, hechos de cemento y poco verde, pasaron a ser llamados parques.
Según la Real Academia de la Lengua, el parque es un terreno destinado en el interior de una población a prados, jardines y arbolado para recreo y ornato. La plaza es un lugar ancho y espacioso al que suelen afluir varias calles, y la plazoleta es un espacio a manera de plaza pequeña, en la que suele haber en jardines y alamedas.
Mercado público. Melitón Rodríguez, 1886.
Pero en Medellín hizo carrera una denominación errada de “parque” y va más allá de la simple confusión semántica. En el Centro hay varios ejemplos y la confusión se volvió tan común que al techo de un parqueadero público, con algunos locales comerciales, se le nombra “Parque” de San Antonio. También se le dice “Parque” del Periodista a un triángulo de cemento y “Plazuela” Uribe Uribe a una acera ancha con bancas.
“San Antonio pudo haber sido el gran parque del Centro, pero no se contempló como un lugar verde. Igual pasó con la Plaza de Cisneros, que hoy se llama Parque de las Luces. Ahí se perdió también otra oportunidad para crear algo que realmente convocara”, dice Jorge Melguizo, exgerente del Centro y exsecretario de Cultura y de Desarrollo Social de la Alcaldía de Medellín.
La forma errónea de nombrar estos espacios públicos es tan vieja como la fundación misma de la ciudad. Las ciudades de estas latitudes, primero pequeños poblados, copiaron el orden arquitectónico y de distribución de los centros de poder de España, heredados también del cristianismo. Casi todas las historias de las urbes tienen que ver con una centralidad que después va a tener varias funcionalidades y una periferia que se extiende con el tiempo.
Bajo la diestra
La Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, oficializada como tal el 2 de noviembre de 1675 tras el traslado desde El Poblado a unas tierras más planas cercanas a la quebrada Santa Elena, se empezó a formar como villorrio desde el Centro, alrededor de la Plaza Mayor.
Plazuela de San Ignacio. Gonzalo Gaviria, 1875.
Y en su crecimiento se aplicó el cambio del significado para definir esa espacialidad: la plaza se volvió parque. La ciudad fue creciendo desde la Plaza Mayor, en lo que hoy se conoce como Parque Berrío.
Por las condiciones topográficas del Valle de Aburrá, un cañón estrecho, no se logró una planeación urbana con un trazado hipodámico o de cuadrícula, como en muchos otros lugares. Esa herencia cristiana recibida de España trajo también que en la Plaza Mayor, por supuesto, estuviera presente el poder eclesiástico. Los templos tuvieron en los atrios un referente espacial muy marcado hacia el mundo exterior. El atrio fue un conector entre lo público, lo privado y lo religioso. Así se crearon unos lugares donde la gente socializaba, siempre bajo el amparo de ese símbolo prevalente que era el templo. La fórmula se repitió en los barrios, que también se desarrollaron desde las iglesias y sus plazas.
Tomás Carrasquilla al referirse a las plazas dijo: “Ellas suponen, aunque a veces pasa lo contrario, lo principal de las poblaciones, en habitantes, movimientos y edificios. Tanto que nacer en el marco de la plaza fue siempre la prueba magna de distinción y notoriedad, así entre las gentes lugareñas como entre las capitalinas; porque si en las aldeas solo hay una, en las urbes tendrá que haber, entre muchas plazas, algunas más insignes que las otras; y esta será, en tal caso, el marco para darse tono e importancia”.
Esa Plaza Mayor, situada frente a la Basílica Menor de Nuestra Señora de La Candelaria, máximo referente religioso de la ciudad, siempre estuvo vinculada, además, con el poder civil, los comerciantes y, en general, con los ricos. Allí funcionó el mercado público y fue el escenario de los más importantes acontecimientos sociales.
Parque Bolívar. Fotografía Rodríguez, 1922.
Además, el lugar sirvió como sitio de escarmiento para castigar a quienes cometían fechorías. Tal y como lo consigna José Antonio ‘el Cojo’ Benítez, en El Carnero de Medellín, publicado en 1797. “De lo que ha que se fundó Medellín, no se había visto instrumento para atormentar, hasta el año de 1785 que de orden del Señor Visitador Mon, se hizo un instrumento de tormento de sueño. Este era un cajón largo del alto de un hombre, y delgado, de manera que entrando un hombre dentro de él quede ajustado, y para la respiración, y que pueda hablar o confesar el que hubiese de entrar en la tortura, tiene unos agujeros en forma de ojos, oído y boca en la parte de la cabeza; y todo el cajón lleno de puyas de fierro que se tornean para la parte de afuera por el verdugo para que sus agudas puntas hieran al infeliz que está adentro. Este cajón estaba en la sala del Cabildo en un cuartico”.
Medellín fue erigida ciudad en 1813. Pero solo fue hasta finales del siglo XIX, en 1895, cuando se inauguró la estatua de Pedro Justo Berrío, hecha por el italiano Giovanni Anderlini, que la Plaza Mayor pasó a llamarse Parque Berrío. “Si algún sitio público representa a Medellín con mayor fuerza, es indudablemente el Parque Berrío, que ha sido testigo de toda la evolución urbana de la ciudad actual, desde el pequeño poblado de Aná del siglo XVII, hasta estos momentos. A partir de él se dio el crecimiento de la ciudad y ha mantenido durante siglos la identidad del medellinense. Por algo se dice que ‘nació en el Parque Berrío’, cuando se trata de caracterizar al paisa típico”, escribió José María Bravo Betancur para la revista Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de la Historia, en su número 7 de 2005.
En 1899 un grupo de ciudadanos de las mejores familias antioqueñas fundaron, en la oficina de Carlos E. Restrepo, la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín (SMP). Desde esta iniciativa se encargaron de mejorar espacios públicos y lograr que fueran destinados para la gente. Con esta labor filantrópica se logró dar a esos lugares el ornato requerido para que, en un comienzo, la alta sociedad pudiera hacer uso de ellos y se sintiera de alguna manera en esa Europa que anhelaba y visitaba con frecuencia. La SMP se ocupó de muchas de las tareas que el Municipio de Medellín no hacía en cuanto a calidad de espacio público y planeación urbana.
Plaza de Cisneros. Gonzalo Escovar, s.f.
Con la entrada en funcionamiento del tranvía (1921), otros espacios públicos se hicieron importantes. Es el caso de lo que hoy se conoce como Plazuela Nutibara. En 1920, el general Pedro Nel Ospina contrató al arquitecto belga Agustín Goovaerts para que se encargara del diseño de las más importantes obras públicas de infraestructura en Antioquia, incluyendo al Palacio de Gobierno, construido entre 1925 y 1928, y conocido, desde 1987, como Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe.
Pero los ricos decidieron dejar el Parque Berrío cuando la ciudad en su crecimiento cruzó la Santa Elena hacia el norte. El nuevo lugar elegido fue una zona conocida como la Villa Nueva. El marco del Parque Bolívar, construido entre 1888 y 1892 en terrenos donados a la ciudad por el inglés Tyrrel Moore y por Gabriel Echeverri, fue el sitio elegido por la élite. En las cercanías ya se había trasladado la sede episcopal que albergaba la Diócesis de Antioquia. Y la construcción de la Catedral Metropolitana, que empezó en 1874 y se inauguró el 11 de agosto de 1931, le cambió por completo la concepción al Centro de la ciudad.
“Es importante anotar, pues dice mucho del espíritu y de la jerarquía de valores que había en la época, el gran esfuerzo que implicó para el Medellín de entonces la construcción de esta magna obra, cuya enorme mole resultaba desmesurada para el tamaño de aquel y para los recursos del momento; si bien, esto indica claramente el valor simbólico y el poder de la Iglesia en la ciudad, muy por encima de cualquier otro, civil o público”, reseña Fernando Botero Herrera en su libro Medellín 1890-1950: historia urbana y juego de intereses.
La pasarela de Bolívar
Plazuela Nutibara. Carlos Rodríguez, 1947. Archivo fotográfico del Archivo Histórico de Antioquia.
Así el Parque Bolívar se volvió el espacio público más importante de la ciudad. Era el lugar de la música y de las tertulias. Un escenario para irse a mostrar. En su marco, como era la costumbre, se situaron las casas de los ricos y contaba, además, con la pasarela más importante que por décadas tuvo el Centro: la calle Junín.
Sin embargo, las familias pudientes también se cansaron del Parque Bolívar. Se fueron al barrio Prado, después a Laureles y más tarde a El Poblado. Fue ahí cuando otros espacios tomaron la posta y a mediados del siglo pasado se volvieron fundamentales, como la Plazuela Nutibara. En 1945 se terminó la construcción del Hotel Nutibara, como respuesta a la creciente llegada de extranjeros a esa pujante ciudad textilera; y ese conjunto de edificios, sumado al Antioquia y al de la Naviera Grancolombiana le dieron un aire imponente, como de gran capital, a esta zona.
Pero la violencia de los años cincuenta cambió a Medellín para siempre. Esa nueva oleada de campesinos pobló las periferias con decenas de miles de personas que buscaban un futuro mejor. Y esos nuevos habitantes tuvieron que echar mano de parques, plazas y plazuelas para lograr, con la informalidad, mantenerse. Esto, sin embargo, le dio otra vitalidad al Centro. Por ejemplo, el Parque Bolívar dejó de ser la pasarela de los ricos y se convirtió en el único espacio público de calidad para muchas personas que iban a ver la retreta, al cine o a comerse un cono en sus bancas.
Los parques, plazuelas, plazas y andenes se llenaron de chazas, carretas, mantas, cajas, cajones y toda clase de vendedores ambulantes. Y dos décadas más tarde, con el auge del narcotráfico, algunos de estos lugares se volvieron focos de venta y consumo de sustancias sicoactivas.
“El Centro tiene una vida muy dinámica. No se trata de hacer de él un lugar aséptico. No somos Suecia.
Iglesia de San Antonio [Cementerio de carros]. Gabriel Carvajal, 1983.
Tenemos que entender que tenemos un elevado nivel de informalidad y es en toda la ciudad. Esa es una realidad de Medellín. El problema no es el vendedor ambulante, sino el desempleo. Para resolver el problema, pues hay que generar empleos de calidad en los sectores público y privado. Para los habitantes que frecuentan hoy el Parque Bolívar o el Parque Berrío hay una ocupación de calidad. Prefiero lo que ocurre hoy en esos dos lugares a lo que sucede en San Antonio o Cisneros”, sostiene Melguizo.
Después llegó el metro, en 1995, que con sus obras creó otras dinámicas en los parques y plazas. Aumentó el espacio público en algunos lugares. Y a otros, como al Parque Berrío o la Plazuela Nutibara, les partió su historia en dos.
“Claro que el metro rompió con una espacialidad que había en el Centro. Todos sabemos que el Parque Berrío no es lo mismo que era antes, y más con una estación puesta encima. Hay algunas áreas en las que se impactó, pero también hay otras en las que se abrió espacio público. Por ejemplo, la plazuela que hay frente a la estación Prado no existía. Tampoco las plazoletas que hay en las estaciones San Antonio y Universidad. Pero la oportunidad más importante que le dio el metro al Centro es que la gente llegue hasta allí sin necesidad de usar un vehículo”, comenta el arquitecto Juan Manuel Patiño, jefe de Gestión Urbana del Metro de Medellín.
Preservar la memoria
La Alcaldía de Medellín, a través de su Plan de Desarrollo, estableció la intervención de cien parques de la ciudad, partiendo de que son lugares incluyentes y para el encuentro de la comunidad. En el Centro se identificaron cuarenta parques, plazas y plazuelas para intervenir.
“El objetivo es mejorar la calidad de vida de la ciudadanía a través del mejoramiento del espacio colectivo. Además, incrementar, o mantener como mínimo, las zonas verdes existentes y el número de árboles o arbustos. Lo que se quiere hacer con estos lugares es preservar la memoria que la ciudad ha mantenido por años para que sigan como un vínculo entre la comunidad y el espacio público. Del dinero presupuestado para el Centro, una suma cercana a los 270 mil millones de pesos, se destinaron cerca de 125 mil millones para las obras en parques, plazas y plazuelas”, asegura Alejandro Restrepo, director de Proyectos Urbanos Estratégicos de la Alcaldía de Medellín.
Algunas obras ya iniciaron y entre los parques en los que se va a trabajar en el Centro están: Bolívar, Minorista, Periodista, Bicentenario, Niquitao, San Lorenzo, Perpetuo Socorro, Rojas Pinilla, Tejelo y Bazar de los Puentes. Además, las plazoletas y plazuelas El Huevo, San José, Alberto Gómez, Francisco Antonio Zea y la zona verde y la glorieta de Las Palmas en el sector Corazón de Jesús, entre otros. Según Restrepo, estos mejoramientos del espacio público estarán listos para el segundo semestre de 2019.
“Es muy importante reconocer que los parques y las plazas se han vitalizado y habitado con la ocupación de los espacios que los rodean. Aquellos lugares que no cuentan con una población que haga uso de ellos, especialmente en las noches, es muy difícil mantenerlos. El deterioro de algunas de esas plazas implica que la ocupación del perímetro de la plaza y las actividades en esos lugares se han venido descuidando. Si queremos preservar la memoria y conciliar un espacio público como lugar de encuentro, también debemos fijarnos en los bordes de esos parques y esas plazas”, expresa Restrepo.
Las obras están acompañadas de un proceso de participación ciudadana, liderado por la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), y de directrices conjuntas entre la ciudadanía y la Alcaldía para que estos espacios públicos sean efectivamente utilizados y se logre, con esta intervención, un espacio de construcción colectiva. Y para que tengan éxito estas obras, según Restrepo, se deben construir consensos con la comunidad para que puedan ser planeadas integralmente.
Todas estas obras, tal y como lo afirman expertos, incluidos los de la Alcaldía de Medellín, como Restrepo, deben traspasar las oficinas de La Alpujarra. “Si este proyecto no sale del escritorio, lo que sucederá es que se sumarán una nueva cantidad de metros cuadrados de espacio público sin la participación de la comunidad. Será un proyecto descontextualizado”, agrega. Y eso es precisamente lo que no necesitan los frecuentadores de los parques del Centro, quienes día a día, en aceras, parques, plazas o plazuelas, le siguen dando vida a este lugar.