Entre dos ceibas centenarias y un puñado de edificios históricos, este oasis
Para quien camina por el Centro, vapuleado por el ruido y la polución, llegar a esta plazoleta significa respirar otra atmósfera. Entre Pichincha, Ayacucho y Girardot surge de pronto un apacible himno académico, o una selva geográfica en la que los verdaderos protagonistas no son los hombres, sino las ceibas centenarias y las palmeras.
La Plazuela San Ignacio también es la sede de un informal club de ajedrez al aire libre. Un club excéntrico y a la intemperie que en lugar de mesas usa los bordes de las jardineras, y en vez de directivos y afiliados, tiene fieles y obsesivos. No tienen nombre ni residencia fija, pero tienen la Plazuela.
Nunca está atiborrada, siempre se puede hallar un lugar para sentarse o para quedarse de pie sin sentirse acosado. Ni siquiera los jueves en la tarde, cuando una serie de tenderetes la rodea y se vive una feria de artesanías que le agrega sándalo y cuero repujado al ambiente.