Por ahora estamos a finales del siglo XIX, y todavía aparecés en el mapa de Hermenegildo Botero con el número 10, aunque ya son 24. En 47 años crecimos siete calles, bien rectas, hacia el norte, y vos sos el límite de esa tierra que ya tiene nombre en el plano: La Villanueva, el barrio soñado como un nuevo Londres por el ingeniero Tyrrel Moore, donde se construirán casas para exhibir la riqueza que tienen señores como Pastor Restrepo, una plaza para recibir al libertador Simón Bolívar a caballo y un “modesto templo cristiano”, uno al que en su momento creyeron la catedral en ladrillo cocido más grande del mundo. En esa época intentaron enderezarte para ponerte a tono con las manzanas racionalistas que la cuadrilla de artesanos y constructores empezaron a levantar para unir la ciudad, por la calle de Junín, con el nuevo barrio. Y nada. Por más tapia que echaron en la tierra del señor Moore, vos no te dejabas. Entonces debe ser por eso que te cambiaron el nombre y te pusieron la calle del Calzoncillo, porque te les tiraste en los planos, se los volviste triángulo.