Estación Hospital

Hospital Infantil


*Fragmento extraído del libro La historia de mi estación. Tramas y tramos del Metro, publicado por la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá (Metro) con el apoyo del Banco Industrial Colombiano (BIC). Artículo escrito por Jaime Jaramillo Panesso en 1996.

Silencios de cripta y corredores sepia

En 1916 un grupo de notables filantrópicos, sobre los planos de un arquitecto francés, Gavet, dio iniciación al Hospital San Vicente de Paul, en un área extensa de 130.000 varas cuadradas, el cual entró en servicio en 1934. Por antonomasia éste es el Hospital de la ciudad que funciona como una pequeña ciudadela. Es también el centro de prácticas de la Facultad de Medicina de la Universidad estatal departamental. Pero la Estación Hospital está inserta en medio de un conjunto contradictorio y multifacético. Hasta allí llega la parte norte del barrio Prado con sus casas unifamiliares y los más característicos graneros de esquina, tiendas mixtas, tiendas de hogar que convierten una ventana en un pequeño negocio. La propietaria administra, con ventas al menudeo, harinas, paletas, gaseosas frías, salchichas, bolsas de leche.

Aunque la denominación de salsamentaria se ha ido perdiendo para ser reemplazadas por charcutería, aquella todavía resiste en el barrio Sevilla y en los alrededores. En el Sevilla sobresalen las clínicas del Seguro Social, cuyo entorno está plagado de cafeterías y restaurantes estrechos al servicio de los visitantes de enfermos, tal como en el Hospital, y que parece ser una de las actividades preferidas de la familia antioqueña. Con igual diligencia y solidaridad se dirigen los fines de semana, cargadas de flores, a visitar los cementerios. Muy cerca a esta estación se encuentra el de San Pedro que hasta la década de los setenta, ostentaba el título de "Cementerio de los ricos", especial señalamiento por los mausoleos en mármol de Carrara que allí se levantan, como testimonio de afecto a los muertos y como patrimonio artístico e histórico de la ciudad.

Estación Hospital

Nuevas galerías del Cementerio de San Pedro


Los muertos de Medellín han dado vueltas por todas partes. El primer cementerio estuvo en Juanambú con Carabobo, en 1809. Luego en 1828 se estableció el de San Lorenzo, cerca de Niquitao y el Camellón de la Asomadera, que en la actualidad podríamos denominar la parte oriental del barrio Colón. "Cementerio de los pobres" lo llama el vulgo, en oposición al de San Pedro, cuya sociedad encargada de construirlo y de administrarlo se creó en 1842. El Cementerio Universal, cercano a la Estación Caribe, data de 1933.

El cementerio de San Pedro, ya no es el "de los ricos". Desde 1980 aproximadamente, sus bóvedas son ocupadas por hombres jóvenes en la mayoría de los casos, víctimas y victimarios de las guerras de la ciudad y del oficio emergente vinculado a los estupefacientes. Pero en el Parque de la República, que queda al frente del cementerio, por encima del cual cruza el viaducto del Metro, un grupo numeroso de vendedoras de flores, ocupa el borde de la calle con sus recipientes llenos de claveles, pompones, margaritas, lirios, azucenas y astromelias. Basta recorrer unos pasos, y en los mismos lindes de la Estación Hospital, encontramos las marmolerías. Ellas transforman la losa gris en un homenaje al difunto. Con un cincel y un martillo, graban todo el día nombres, fechas y frases de cajón para ser empotradas en el cementerio.

Un poco más allá está Lovaina. Y más arriba Palacé. Hacia el norte, sin alejarnos cien metros de San Pedro, la calle del Fundungo. Todo un entorno del viejo barrio de tolerancia con sus casas de mujeres en bikinis, la "Cueva del Oso", la mansión elegante de Marta "Pintuco". Medio centenar de casas con bombillos rojos en la puerta de ingreso, para que los clientes no cometieran ningún error. En caso de hambreados visitantes, un restaurante popular, "El Ventiadero", con el plato especial de carne frita, arepa con mantequilla y chocolate bien caliente. Músicos trasnochados y guitarras protegidas con forros desteñidos, ofrecían servicios de serenatas a las madres y a las novias que permanecían en casa. Pero el tiempo borró este escenario.

Estación Hospital

Estos barrios que oyeron serenatas trasnochadas, hoy acogen el metro en sus calles


Sólo quedan locales de homosexuales que posan en las esquinas con sus rodillas de "vení-sentate''. El resto, todo el resto del barrio es un descomunal lavadero de taxis amarillos que se sitúan a lo largo de calles y carreras, mientras se fuga el agua turbia por las alcantarillas.

En las noches de viernes la Policlínica revienta. A lo lejos, una sirena anuncia que viene una persona agonizante. Para llegar aquí, los parientes y amigos, tomaron el Metro hasta la Estación Hospital. Para visitar los niños enfermos del Pabellón Infantil también.

En la esquina sur de la Plaza de la República existe un bar-cafetería. Don Adán Vallejo abandono El Penol y se metió a cantinero hace veintiocho años. Su establecimiento se denomina "La Gran Vía": Allí atiende las barras jóvenes que acompañan a sus muertos. Llegan con radio-grabadoras, talla gigante, en donde muelen canciones de despecho que repiten hasta quedar saturados. Entonces cancelan la cuenta y se despiden con palabras apagadas: "Adiós cucho. Seguramente que volvemos la semana entrante, porque este muerto no se queda así".

Como en toda instalación similar, en la Estación Hospital hay una funcionaria guía para los usuarios. Viene un grupo de chiquillos acompañado por dos maestras. Cantan canciones infantiles y un tema dedicado a la amistad. Llega el Metro y abre todas sus puertas. Los chiquillos entran rápido y alborotan el ambiente con preguntas y gritos de emoción. Se amontonan en el primer vagón donde están los mandos electrónicos del aparato: Un niño, antes de ingresar lleva de la mano a su maestra y le señala el vidrio de seguridad de la cabina delantera. Da golpecitos con sus nudillos diminutos. No se ha iniciado la marcha. El conductor voltea a mirar para ver quién le llama la atención. Entonces el niño grita: "papá". El hombre le manda un beso con su mano. Le sonríe. El Metro se pone en movimiento y se lanza al centro de la ciudad. Son los alumnos de la Escuela Integrada de un barrio cercano a Manrique Central.

Al regresar más tarde, después de haber visitado el zoológico, cuentan historias de panteras negras, tigres manchados y micos tristes enjaulados.

Estación Hospital

Una nueva ciudad. Un nuevo paisaje de formas y costumbres



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