Estación Berrìo

La sombra amable de la Estación Parque Berrío transforma la actividad preferida de los habitantes de Medellín: comprar y vender.


*Fragmento extraído del libro La historia de mi estación. Tramas y tramos del Metro, publicado por la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá (Metro) con el apoyo del Banco Industrial Colombiano (BIC). Artículo escrito por Jaime Jaramillo Panesso en 1996.

Canto de gallo con antorcha

Al alcance de la mano, desde los edificios vecinos, oficinistas bancarias, gestores culturales que trabajan en la antigua gobernación, hoy Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe, pueden conversar con los pasajeros del Metro. Algunos darán saludes familiares, otros podrán lanzar una carta urgente y los menos mirarán caras conocidas de ambas partes. El Parque de Berrío es el corazón histórico de Medellín. Plaza Mayor en tiempo de la fundación de la ciudad en el siglo XVII, fue el lugar del mercado público los días viernes de cada semana. En una de sus esquinas occidentales funcionó la Casa del Ayuntamiento o Concejo Municipal. La edificación que consagra la memoria es la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, patrona de la ciudad. Durante el novenario que precedía al 2 de febrero, día de la Patrona, se suspendían todas las causas civiles y criminales, no se iniciaban nuevas causas y ni siquiera se apresaba a nadie por delitos leves. Las campanas de este templo que datan de 1890 las llamaban, para la época de su inauguración, "las pascasias" porque fueron donada por el señor Pascasio Uripe.

Un personaje gaseoso, evasivo se desplazaba por la calle Boyacá hacia el templo de San Benito, zona residencial de importancia al occidente de la Veracruz. En las noches muy oscuras, después que el sereno dejaba agotar el combustible para las primeras horas nocturnas en los faroles del alumbrado público, salía "El Sombrerón", el espanto más famoso de la Villa de la Candelaria. Algún borrachito trasnochador, el hacendado que regresaba tarde de visitar a Hato Grande o algún predio lejano en el f ando del Valle de Aburrá, se topaba con "El Sombrerón" que desaparecía como una exhalación. Algunas señoras regresaban de visita con su paje doméstico, farol en mano. Al encontrarse con "El Sombrerón" gritaban desaforadamente y caían desmayadas en las calles empedradas.

Estación Berrío

Al fondo, el edificio Coltejer


Cuando la energía eléctrica llegó al Medellín de finales del siglo anterior, primero alumbró el Parque de Berrío con sus bombillas de arco. Gran fiesta con cabalgata, pólvora y oficios religiosos recibió a la luz artificial de la noche. Entonces uno de los bobos institucionales de la ciudad, Marañas, dijo dirigiéndose a la luna: "Ahora no tenés más remedio que irte a alumbrar a los pueblos". La luna, en consecuencia, se marchó a iluminar los pedregosos accesos a Medellín que trajeron tantas familias de sus parroquias lejanas. Esa energía eléctrica, multiplicada por el esfuerzo de millones de antioqueños, es la misma que en la Estación del Parque de Berrío da fuerza al Metro para que marche a otras estaciones.

El viaducto, sobre el cual se desliza el Metro por el Parque de Berrío, semeja un inmenso puente que cruza todo el centro de la ciudad. Muy poco se parece a los dieciséis puentes que cruzaban la quebrada Santa Elena (también llamada Aguasal) y que hoy está cubierta, en buena parte, por la Avenida La Playa. Los puentes eran sitios de encuentro y paso obligado para las dos avenidas que flanqueaban la quebrada. Tomaban el nombre de la carrera que unían. Entonces se denominaban puente Palacé, el puente de Junín, calle que también tuvo el nombre popular de El Resbalón, el puente del Palacio Arzobispal, que se reí ería a la residencia del Arzobispo, situada donde hoy se encuentra el Edificio Uribe Rendón, el puente de Carabobo o de las Pizas, así nombrado por unas damas propietarias de una panadería. En fin, parecerían simples estructuras de adorno al lado del viaducto desde el cual sólo se observan los sitios donde estos puentes ofrecieron sus servicios a los caminantes, a los coches de-bestias y a los primeros automóviles que comenzaron a circular al iniciarse el siglo XX.

¿Se oirá acaso en la distancia de los siglos, la música del primer baile que se realizó en Medellín en casa de don Juan Uribe para inaugurar su mansión, allí en el Parque de Berrío en 1836, o el primer baile de máscaras, también en una residencia cercana a la anterior, dos años después, para celebrar la instalación del primer reloj que regalara Tyrrel Moore, a la Iglesia de la Candelaria? Seguramente la ahogarán las ofertas, en voz alta, de los vendedores de lotería que pululan en el parque, los centenares de cacharreros al detal que ofrecen gangas o los improvisados duetos de inmigrantes ciegos que zurrunguean canciones tristes de carrilera, posiblemente nacidas en estaciones lejanas de un tren rural que ya no existe.

Estación Berrío

La Gorda de Botero es sombra, cómplice y confidente.


Mientras tanto, en la esquina lateral de la Iglesia, permanece el Café Pilsen con una avena helada que aún puede comprarse por la ventanilla. La gorda del escultor Fernando Botero, sirve de guardia en la fuente del Banco de la República, esquina que hace setenta años albergara la más rica y prestigiosa joyería de la Villa, Joyería David E. Arango y Cía., la misma en donde un jovencito repartía, 1926, una hoja volante con la siguiente leyenda: "Limo-lax Uribe Ángel. Purgante al Citrato de Magnesia. Dosis: adultos, como laxante, la mitad de la botella. Como purgante la botella entera. Niños: de 2 a 6 años, la tercera parte de la botella. De 6 a 12 años la mitad de la botella. Si usted está interesado en el negocio de drogas, escríbanos solicitándonos precios y condiciones. Laboratorios Uribe Ángel, Medellín".

El tranvía es otro habitante que circunvaló el parque. En sus inicios tirado por mulas. Luego tomó la energía eléctrica y se convirtió en empresa municipal. Cincuenta personas cabían en cada coche y sus rieles se extendían a Guayaquil, La América, Manrique, Buenos Aires, Boston, Aranjuez. Tranvía y Metro tienen un mismo hilo de conducción y una misma correa de transmisión. Nietos de aquellos motoristas que en las mañanas silbaban pasodobles y tangos, mientras recogían pasajeros en las esquinas, serán los conductores de nuestro Metro.

Pocas palmas reales quedan en la ciudad como símbolo erguido que bordeó todas las calles de Medellín, aún sin asfaltar. En el Parque de Berrío varias palmas otean, desde su copo, el paso de las gentes y los años. Vieron cómo un día de 1850 se congregaban los ciudadanos en pleno. Las autoridades en estrado, con adornos, escudos de armas y banderas, proclamaron la libertad de los esclavos. Cada uno de los hombres y mujeres manumitidos recibió su diploma de libertad, la que desde 1814 había ordenado para los vientres, Juan del Corral. Desde entonces las palmas reales aligeraron sus verdes cabelleras a las brisas locas, como expresión libertaria. Pero las palmas reales, que en fila permanecieron durante muchos años en las calles Bolivia, Argentina o del Perú, las palmas que adornaban la entrada del Circo España y otras más, no resistieron al "hacha que mis mayores me dejaron por herencia".

El Jefe de la estación abre las puertas en la madrugada. El Metro recoge lejos los empleados bancarios, las oficinistas y estudiantes, los empleados del comercio, los comisionistas y apostadores, los catadores profesionales de tinto mañanero y a todos ellos los deposita en los corredores de la estación del Parque de Berrío. Una lluvia de sol calienta sus escalinatas.

Estación Berrìo

El metro de Medellín a su paso por la Estación Parque Berrío. Horacio Gil, 1996.



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