Alcaldía y edificio La Campana
*Fragmento extraído del libro La historia de mi estación. Tramas y tramos del Metro, publicado por la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá (Metro) con el apoyo del Banco Industrial Colombiano (BIC). Artículo escrito por Darío Ruiz Gómez en 1996.
La voz del palimpsesto
Ya las mangas no existen. Y ellas fueron la referencia de la naturaleza, la proximidad de lo telúrico en el avance de la ciudad configurándose. Hoy la solidez de la manzana ha creado un espacio interior donde la luz eléctrica ha terminado por alejar los terrores metafísicos. Las calles configuraron con su distinta vocación ya comercial, ya habitacional, el sentido de los distintos sectores urbanos. San Juan pasó así rápidamente de ser una ruta hacia el sector de la América, a generar desde su tramo desde el barrio El Salvador hasta las vegas del río unas áreas muy definidas. Eje vial, al cruce de Junín y Palacé, al cruce de Carabobo, fue irradiando usos y músicas, tipos humanos que configuraron nuestra primera cultura urbana.
La antigua trama urbana de calles estrechas se abrió en el barrio Colón a planteamientos industriales típicos del modelo económico de los años 50 donde ya el imperio del automóvil norteamericano era un hecho y por lo tanto también conceptos referentes a la maquinaria agrícola, a la venta de repuestos, mientras en el costado derecho y alrededor de la plaza de mercado, de los edificios Carré y Vásquez, de la manzana de La Campana nuestro primer centro comercial, magnífica obra de compleja arquitectura, los códigos del tradicional comercio, el bazar, el baratillo, ilustraban una extraña convivencia de lenguajes anacrónicos y de juegos eróticos ilustrado en su tipología humana por el ojo de Benjamín de la Calle. Maripositas de la noche, ladroncitos, chulos, cobijados por un código de honor donde sólo el valor y el arrojo estaban admitidos.
Antigua Estación del Ferrocarril
Historias que recoge el Manuel Mejía Vallejo de "Aire de Tango" a través de ese paradigma de lo subterráneo que es Jairo y sus siete cuchillos. O sea lo que con el nombre de Guayaquil ha pasado a convertirse en un territorio de leyenda, nuestra más genuina mitología urbana. El recuento de lances, de disputas entre bailarines, de la inevitable sordidez, hacen sin embargo olvidar que el sector ha sido fundamentalmente el eje de la industria manufacturera, lugar donde el artesano derrotado por el modelo de la nueva industria se refugió.
Hoy esas pequeñas factorías se han desperdigado por toda la ciudad pero quedan empresas de carpas para vehículos, de fabricantes de ciertos repuestos, ejemplos donde se pone de presente la capacidad creativa de nuestras gentes para apoderarse de unas técnicas. Un personaje como el mecánico supone el ingenio y la creatividad para convertir en algo propio lo que es el logro de otra civilización tecnológica, concediéndole al vehículo códigos nuevos y hasta la posibilidad de una vida infinita. ¿No es esto lo que llamamos cultura?
Actores urbanos que llegaron a imponer en Barrio Triste una configuración territorial que ahora necesita de un replanteamiento inteligente capaz de renovar sin agresión estas formas de vida. ¿Qué hacer con los depósitos de madera? El ruido de las sierras se eleva parsimoniosa y obstinadamente mientras nos llega el intenso olor del aserrín y la viruta, y se eleva en nosotros el recuerdo de las selvas lejanas, de los bosques amados de la adolescencia. Ejes de ciudad estos sectores que se dan mentalmente y persisten a través de ruidos y de olores característicos, de murmullos y miradas. ¿Con qué se identifica el viajero que llega? ¿Cuáles son los códigos que lo esperan?
Hacia el año 50 la música donde se va a identificar todo el país se da desde estos vericuetos desde estos lugares de resistencia urbana. Desde Guayaquil lanzó al mundo su música Guillermo Buitrago, dándole a su acorde costeño el lamento urbano del tránsfuga. Y desde aquí sintiendo la soledad, José Barros escribió también pasillos y tangos e igualmente acentuó en su música la lírica por lo perdido y lo desamparado. Peñaloza, el de la "Ópera del mondongo" halló en la procacidad la manera de burlarse de un país pacato. En estas calles murió Raúl López que aún canta "Juanita Bonita" y se oyeron las voces de Alberto Gómez, de Mercedes Simone, de Hugo del Carril, cantando a capella en cualquier esquina.
Centro Cívico La Alpujarra
O sea que el confluir supuso el hecho de haberse creado una corriente de inmigraciones atraídas por unas nuevas condiciones de vida pero también, caso de los músicos, por encontrar un intercambio, unos escenarios propicios. "La ruptura con la aldea –nos recuerda Isaac Joseph - es el comienzo de una pérdida y de una fragmentación: pérdida de la familiaridad con el mundo y fragmentación del espacio y del tiempo vividos". ¿Por eso la identificación con el tango? ¿Cómo si no podría manifestarse ese desamparo metafísico de quien se ha alejado de algo y aún no sabe para dónde va?
¿De quién es aún parte del campo, pero quiere adentrarse en las propuestas de la nueva ciudad y debe, por lo tanto, inventarse una música donde se ilustre este dilema? Fijémonos, entonces, cuán ardua y dificultosamente se va haciendo una ciudad no sólo luchando contra las dificultades de un terreno difícil, de unas circunstancias inhóspitas sino de una firme voluntad del ciudadano por dejar su huella imperceptible en un espacio, una canción, un lamento, un atardecer que no muere y se eterniza en el afecto. Es esta serie de hitos la que olvida la planificación para la cual el mapa de la ciudad es algo abstracto, un mapa congelado que carece de voces, de olores peculiares.
La desaparición de la Plaza de Cisneros introdujo un desbarajuste grave en lo que llamamos el plano base del sector y la ciudad; al destruir tajantemente un espacio simbólico propio de las llamadas clases populares y colocar en su lugar una vía rápida. ¿Cómo unir dos sectores separados? ¿Cómo configurar la ciudadela cívica de La Alpujarra y conferirle el contenido simbólico que supuestamente debe alcanzar? ¿Acaso con un descomunal paso elevado? Esta pregunta la acentúa el Metro al permitirnos ver la urgente necesidad de urbanizar un sector que hoy aparece desmembrado y donde curiosamente tenemos la sensación de que aún el espacio agreste de las mangas continúa ahí. El ojo humano impone idealmente su propio trazo, coloca la avenida arbolada que lleva dentro como anhelo pero que la desidia de quien no ama la ciudad no puede percibir.
Iglesia de el Corazón de Jesús