Si usted es de los que busca una aventura para su paladar en pleno centro, no se gasta prisas y quiere tener un encuentro con sabores frescos y excitantes, inclínese por la pizza de la calle Argentina con la carrera Girardot.

El lugar se llama Pizzería, a secas. Es una vieja casa del centro, con paredes ocres, patio central y horno de leña. Al pie de este último encontrará al dueño y artista con las manos en la masa: Rodrigo Puyo. Mediante una labor paciente, este hombre logra poner a punto una base fina de harina de trigo que luego cubre con tomate San Marzano y adereza con minucia: mezclas de anchoas, rúgula y queso mozzarela de búfala, entre otros. No actúa por acumulación de materiales como tantas pizzas gruesas. La suya es la escuela clásica, de la pizza delgada y crujiente, de raíz napolitana, cuyo deleite se logra por el Ars Combinatoria de una hoja de albahaca, de un cachito suave de alcachofa o del incitante poder del pepperoni o el prosciutto. Puestas al fuego, entre paredes de barro, Puyo logra una alquimia de sabores y placeres combinados que lo acreditan en las guías gastronómicas como un maestro en su género. No tuvo que recorrer la bota itálica para aprenderlo. Logró su cometido en contacto con otros panaderos de la ciudad, mientras tomaba limoncello con Giorgio Budiccini, su maestro. Lo otro lo ha descubierto por sí solo, mientras amasa y conversa con sus clientes que desafían horas pico solo para venir a este rincón señorial, de aromas provocadores, entre las cinco y las once de la noche. La vida, según reza el lema de su carta, es algo que transcurre entre comidas.