Edificio de la Compañía Suramericana de Seguros sobre Carabobo. Francisco Mejía, ca. 1950.
En la primera mitad del siglo XX existieron entre nosotros algunos hombres de empresa, sin duda unos grupos aparte, que se sabían vigorosos, fuertes, de notoria iniciativa, activos y conocedores de muchos ramos; con escasa o ninguna academia se habían formado en la escuela del trabajo gracias a sus actividades mercantiles o con la especulación bancaria o el negocio inmobiliario. Todo lo sabían respecto de los mercados, del transporte, de los riesgos. Se conocieron familias o estirpes de mercaderes y comerciantes que se volvieron empresarios; además sobresalieron algunas individualidades fuertes, capaces para liderar.
Todos ellos habían padecido la escasez de bienes de consumo durante la primera guerra mundial, y superaron mil dificultades; también habían gozado de los beneficios del auge en la exportación del café, facilitado por unas muy buenas comunicaciones ferroviarias: entonces, aprendieron a producir, industrialmente, en serio.
Edificio de la Compañía Suramericana de Seguros. Gabriel Carvajal, s.f.
El clima económico mundial de la segunda guerra afectó, más para bien que para mal la mentalidad de nuestros empresarios: si se carecía de muchos recursos, aquí existían hombres y empresas capaces de sortear los problemas que los sobresaltaban.
Tenían a su favor muchas experiencias exitosas, bajo la modalidad de la sociedad anónima, y alguna frustración cierta en materia de seguros, vinculada a la muy próspera de la urbanización. El experimentado hombre cívico y urbanizador local Manuel J. Álvarez Carrasquilla, asociado con Timoteo Jaramillo J, Ricardo, José María y Federico Lalinde P. creó en abril de 1919 una compañía que merece ser estudiada, la "Sociedad de Urbanización Mutuaria". Con el carácter de anónima y dedicada a los negocios de "urbanización en forma mutuaria" también se apoyó en la venta de los Seguros de Muerte. La acogida que tuvo la empresa fue tal que otros muchos comerciantes presionaron para reformarla sucesivamente y aumentar capital, socios y coberturas. Rápidamente compraron y vendieron mangas, y trazaron y mercadearon lotes; hasta llegaron a comprar el mejor inmueble de la ciudad, el Edificio Duque, sede principal de sus negocios. Para mejor atender el asunto de las pólizas trajeron al año siguiente un técnico belga, el señor Lucien Mersenie, quien reorganizó la actividad aseguradora en los ramos de Vida, Transporte e Incendio.
La compañía sufrió mucho en sus finanzas por haber pagado cumplidamente los siniestros ocurridos con el incendio de Manizales de julio de 1922. Ante el reto, sin abandonar los dos negocios ni cambiar el objeto social, en julio de 1924 la Asamblea de Accionistas decidió incluir las dos actividades en una nueva razón social conocida como "Seguros y Urbanización S.A.". Recibió fuertes inversiones de los principales hombres de negocios de Antioquia, entre comerciantes, mineros, ganaderos, cafeteros, industriales, banqueros y capitalistas.
Después de 25 años de operación, sus socios, como buenos comerciantes decidieron separar las dos actividades y pusieron en liquidación el negocio el 10 de noviembre de 1944, ya que ocho días antes habían gestado otra nueva empresa con objetivos similares. Unas semanas después varios de los escarmentados socios, más unos nuevos colegas podían mostrar al público dos empresas, separadas sus actividades, la "Urbanizadora Nacional S.A." y la "Compañía Suramericana de Seguros S.A.".
Las crisis financieras habían golpeado gravemente la actividad bancaria en Medellín, hasta tal punto que ella quedó reducida a unas sucursales con directivos, agentes, contadores y empleados de todo rango, conocedores del negocio y honrados hasta la médula, y que habían apoyado por décadas a los empresarios y al gobierno de aquí.
Edificio de Suramericana. Gabriel Carvajal, ca. 1970.
Muchos de los empresarios locales ya habían aprendido lo suficiente sobre negocios Raíces, Bancarios y de Seguros, como lo demostraron con el tiempo.
Las predicciones respecto de las partes enfrentadas en la segunda guerra mundial apuntaban a la derrota del Eje y al triunfo de los Aliados, sobre todo desde cuando se tuvo conocimiento de la situación precaria de Mussolini, de los avances de Mac Arthur en el Pacífico, de los bombardeos a Tokio y del sentimiento derrotista del pueblo alemán. El optimismo de los empresarios locales estuvo certeramente expresado por don Gabriel Ángel Escobar, hábil financista e hijo del gran capitalista y cerebro de múltiples empresas modernas, don Alejandro Ángel Londoño. Don Gabriel era un reconocido inversionista, consejero, administrador y gestor de muchos negocios que había tenido aquí, en los Estados Unidos y en Europa. Sus viajes, sus idiomas, su amplio conocimiento y fuertes inversiones en los negocios mineros, bancarios, de exportación, urbanización, seguros, comercio y bolsa lo facultaron para decir a su abogado en Medellín "Hijo, hágame una compañía de seguros y un banco, que ya les tengo los gerentes."
Era sabedor de que la fusión entre empresarios aventajados y prudentes, administradores organizados y eficientes, ingenieros proyectistas y ejecutores, al lado de mecánicos ingeniosos y obreros disciplinados, era la garantía para sacar adelante las empresas que se gestaban.
"Las dinámicas empresas antioqueñas de entonces se veían forzadas a acudir, tanto para los empréstitos corno para la cobertura de los seguros, a compañías radicadas en Bogotá, algunas de ellas extranjeras. El trámite de un crédito, la aprobación de una póliza de cuantía importante, en un tiempo en que las comunicaciones eran lentas, ocasionaba molestias a los ejecutivos solícitos y necesitados, que sentían además cómo los representantes locales de grandes bancos o de compañías de seguros carecían de la autonomía deseada para un pronto trámite."
*Fragmento del libro La sede de Otrabanda, publicado por la Compañía Suramericana de Seguros S.A.