Después de un viaje a Buenos Aires, en 1988, Javier Ocampo decidió abrir un bar de tangos con cuatro mesas en un rincón de la planta baja de su casa, en la esquina de Pichincha con Villa. Era su homenaje al poeta y compositor argentino Homero Manzi, una pequeña réplica de la famosa Esquina Homero Manzi de Buenos Aires, ubicada en la intersección de las calles San Juan y Boedo.
Hoy, aquel barcito de cuatro mesas se llama Casa Cultural del Tango Homero Manzi, ocupa toda el área de la planta baja de la casa, tiene capacidad para sesenta clientes y es un referente de la historia del tango de la ciudad.
En sus paredes se cuentan ochenta cuadros. La pared del fondo es un altar a Carlos Gardel, con siete cuadros del zorzal criollo en diferentes poses. En las demás paredes se puede ver un póster de Martín Fierro, una ilustración de la ciudad de Buenos Aires, una foto de un bandoneón abierto, afiches de Julio Sosa, Alfredo Gobbi y Juan D'Arienzo y un poema enmarcado que dice: “Cuerdo o loco por igual / sea letrado o guarango / para la cita final / que su réquiem sea un tango”.