De Plaza de la Independencia a Plaza de Zea

En el meridiano de la construcción de la nueva iglesia de San Benito, es decir, en 1923, el Concejo de Medellín definió que “La plaza pública formada en el barrio de la Quebrada Abajo en los terrenos que quedaron libres en la rectificación del cauce de la Quebrada Santa Elena y comprendida entre las calles de Juanambú y Calibío (prolongación), carrera de Tenerife y Avenida de la República, desde la aprobación del presente acuerdo, se denominará ‘Plaza de Zea’”. Es muy seguro que la asignación de ese nombre a ese espacio tan periférico en el nuevo desarrollo urbano, donde las más importantes obras estaban localizadas cerca al Parque de Berrío, o hacia el oriente y norte de la ciudad, se debió a la relación histórica de la familia Zea con el barrio, con la misma probabilidad de reconocerse entonces la cercanía a la casa natal.

Es necesario señalar que previamente la construcción de la Estación Villa y el poblamiento de las áreas aledañas de la quebrada Santa Elena habían obligado a rectificar su cauce. En esa gran curva que hacía al final de su recorrido, antes de desembocar al río Medellín, quedaba un espacio entre las viviendas y su orilla, el cual fue donado por sus propietarios y aprovechado para hacer una plaza pública, la cual fue nombrada como Plaza de la Independencia; como tal está denominada en el plano de Medellín, elaborado por la oficina de ingeniería de Emilio Montoya Gaviria y socios, publicado en Medellín en 1923, es decir, el mismo año de la asignación del nombre de Zea aparece tal espacio público con el nombre de “Plaza Independencia”.

Pero no fue un espacio público ni muy visitado ni muy cuidado, por el contrario, fue una manga abandonada, con una pequeña intervención en ladrillo, nada sobresaliente o destacado. Solo cuando se le encargó en 1930 la elaboración del monumento a la memoria de Zea al escultor antioqueño Marco Tobón Mejía, residenciado en ese instante en París, comenzó a ser reclamada una mayor atención. Ya para finales de 1931 se conoció en la ciudad una foto de la maqueta del proyecto. Con la entronización de la estatua en la celebración del 113.º aniversario de su muerte, se pretendió consolidar el espacio de la Plaza a espaldas del barrio San Benito, donde ya se había configurado una nueva fachada. Precisamente en la prensa local, a finales de 1935, se expresaba la complacencia por recordar, mediante el monumento, “a su ciudad nativa la grandeza de la república civil y los fundamentos de la democracia”, a la vez que se describía el estado de cosas acerca del monumento, la plaza y sus alrededores, y se proponían alternativas:

Monumento a Francisco Antonio Zea en la Plazuela Zea. Digar, 1957.

Alrededor del monumento hace falta que antes de su inauguración se planee el jardín simbólico del naturalista que ha solicitado la Sociedad de Mejoras Públicas. Y hace falta que se concluyan rápidamente los acantilados que han de servir de diques al riachuelo de Santa Elena, como está previsto en la escritura de cesión que los antiguos propietarios de la Plaza hicieron al Municipio. Urge terminar unas avenidas hasta la Estación Villa, que harán un lugar ameno la plaza y del prócer, y aún servirán para descongestionar a Medellín, estableciendo el tránsito de pasajeros del Ferrocarril por la Estación Villa, lo que se lograría una vez que estén las avenidas perfectamente consolidadas, con la sola disposición de los elementos directivos del ferrocarril para que en el itinerario de trenes le dieran una mayor demora a estos en la estación Villa. Lo de las avenidas es obra larga, pero lo del jardín basta con trazar las eras, dividir las de los senderos por pequeños broqueles de cemento y los mismos vecinos se apresurarían a embellecer con magníficos jardines lo que hoy es prado. Marcha allí muy bien la arborización hecha por espíritu público de los vecinos y así marcharían los jardines.

Lo cierto es que la inauguración no ocurrió en la fecha inicialmente planteada sino el 20 de julio del año siguiente, esto es, en 1936. Un acto masivo, con la pompa propia con que se estilaba este tipo de evento, que incluía un discurso hagiográfico, en este caso a cargo del poeta Guillermo Jaramillo Barrientos. No parece que las cosas hubieran mejorado para la plaza, en tanto que para 1945 se escribía en la prensa sobre la soledad del héroe en un potrero desolado de Medellín, a lo que pomposamente se le llamaba plaza.

Ese mismo año de 1945, una posibilidad de revitalizar el sector de la Plaza de Zea se planteaba con el proyecto de construcción de la llamada Avenida Monumental, la que “tendrá una longitud de mil metros y una latitud o anchura de cien metros. Hermosa, muy hermosa, sin duda alguna, quedará la ciudad con semejante vía”, como se decía en la prensa de la época, pero no logró concretarse. La cobertura de la “Quebrada Abajo” y la configuración de una fachada en la parte norte de la Plaza de Zea solo sería posible hacia 1956, cuando se terminó la obra financiada por Valorización, en el trayecto entre la carrera Cundinamarca y la Estación Villa (en la carrera Ayapel), a la cual inicialmente se la llamó Avenida Santa Elena, pero posteriormente se denominó como Avenida de Greiff. Con esta obra se consolidaba no solo la plaza sino que le servía tanto al barrio San Benito como al de la Estación Villa, pues estos, antes separados por la quebrada y apenas conectados por un endeble puente en constante deterioro, ahora tenían continuidad urbanística y un común espacio público. Todavía no se avizoraba en el horizonte los dramáticos cambios que los afectarían muy fuertemente y, muy por el contrario, la Casa Zea tenía mejores expectativas teniendo en cuenta que por estos años se hacía la declaratoria como Monumento Nacional.