Alcahueta y testiga
Medellín se desbordó de emoción cuando se hizo el anuncio de que la ciudad tendría por fin en sus calles una obra de Botero: Torso femenino. El quince de septiembre de 1986 se hizo la inauguración oficial; la escultura quedó ubicada en la Calle Colombia, entre el Parque de Berrío y el Banco de la República. Esa mañana hubo discursos políticos y lecturas para homenajear el monumento. Pero antes de que dejaran caer las sábanas blancas que la cubrían ya tenía otro nombre. Los asistentes al evento —que no fueron pocos— susurraban entre sonrisas endiabladas: La Gorda.
El día en que se instaló se hizo todo lo posible por mantener el glamour, sin embargo La Gorda no venía a un país elegante y pomposo, tampoco a una ciudad cuadriculada y mucho menos a un sector discreto de la ciudad; mientras se preparaba todo para la presentación oficial se escuchaban desde lejos los silbidos y piropos excesivos dando la bienvenida a la que ahora sería la mujer oficial del centro.
En septiembre de 2016, esa mujer que colecciona lamentos cumplió treinta años de asistir a riñas, piñatas e insultos; de presenciar estafas y atracos. De chismosear los bailes del parque desbordantes de energía y de pueblo; de tolerar que algún hombre con gesto de superioridad —y con toda la razón— se le siente entre las piernas. Treinta años de ver cómo ni siquiera el azote de la modernidad ha hecho que su sector deje de ser una caldera de emociones, un vaivén de oficios que se resisten al afán.