Un día cualquiera del horrible año de 1816, el Pacificador Pablo Morillo ordenó el arresto de Manuel del Socorro Rodríguez, que vivía desde muchos años atrás en su habitación de la biblioteca local de Santafé de Bogotá.
Tras dos días de arresto domiciliario el jefe español se presentó a interrogar al inofensivo cubano sobre su participación en el movimiento emancipador. Notó de inmediato que un retrato de Fernando VII estaba colgado en un sitio visible del salón. Estaba allí desde 1809. Al verlo, don Pablo aplacó su rabieta y ordenó la inmediata libertad de Rodríguez. Este señor figura en nuestra triste historia como padre del periodismo colombiano porque editó desde el 9 de febrero de 1791 el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, del cual sacó 270 números. En mi historia personal, Manuel del Socorro apareció por primera vez como sacado del magín del congresista Hernando Echeverri Mejía en los días en que se discutía la aprobación de la Ley 51 de 1975, declarada inexequible tantos años después por la Corte Constitucional. Aún no son claros para mí varios asuntos relacionados con este tema. El primero es sobre la utilidad, conveniencia, necesidad o como quiera decirse, de un día especial para la conmemoración de este oficio. Podríamos hacerla coincidir con la del peluquero, la secretaria, los decoradores, los ingenieros o las putas. Nada cambia. Nada soluciona. Para nada sirve. Igual fue la vida y obra del señor Manuel del Socorro Rodríguez.
Estamos en la Santafé de finales del siglo XVIII, pacata capital del virreinato de Nueva Granada. Un pueblo grande que no llega a veinte mil habitantes, situado en medio de los Andes y a varios meses de distancia de la metrópoli. Don Manuel cerraba un periódico y abría otro. En 1806 publicó 71 ejemplares de El Redactor Americano; en 1807, la revista mensual El Alternativo del Redactor Americano, que llegó hasta el número 47. Luego del Grito de Independencia, el 20 de julio de 1810, la situación económica de Rodríguez se complicó, pues el nuevo gobierno dejó de pagarle el sueldo de bibliotecario. Tuvo que vivir de la caridad pública, muy especialmente de la ayuda de la familia de Manuel de Bernardo álvarez, tío de Nariño, y de Jorge Tadeo Lozano. Inicialmente ejerció funciones de redactor de La Constitución Feliz, órgano oficial de la Junta Suprema, y cuyo único número daba cuenta de las novedades ocurridas en Santafé de Bogotá entre el 20 de julio y el 17 de agosto de 1810. Más tarde, Rodríguez fue miembro del Colegio Electoral de Cundinamarca y colaboró activamente en el gobierno de Antonio Nariño. La expresión de Manuel del Socorro Rodríguez, que señala al gobierno de Nariño como “digno por cierto de desearse eterno” no era gratuita, ni un simple elogio.
Manuel del Socorro Rodríguez nació en Cuba. Fue ebanista, dibujante y calígrafo. En esas actividades conoció y trabó estrecha amistad con el gobernador de la isla, brigadier José de Ezpeleta, nombrado en 1789 virrey de la Nueva Granada, quien lo trajo y lo nombró bibliotecario y lo instaló en el edificio de la Biblioteca, en la misma pieza en que Morillo le perdonó la vida por realista.
Quienes conocieron a Manuel del Socorro, elogiaron siempre su paciencia, su tenacidad, pero jamás sus logros periodísticos o literarios. José María Vergara y Vergara lo ponderó, pero advirtió que “no tenía genio, ni inspiración sino laboriosidad, con su mediano ingenio y su alma apacible”.
Su mérito consistió en el incansable servicio a la conservación y adquisición de obras y manuscritos interesantes sobre la viruela, el coto y otras enfermedades tropicales. Rodríguez sobrevivió tres años a la visita de Morillo. El 3 de junio de 1819 fue encontrado inmóvil en su lecho, vestido con el sayal de los hijos de San Francisco, apoyada la cabeza sobre una piedra y estrechando entre sus manos una rústica cruz hecha de cañas. Extraña escenografía para este pobre personaje.
El bisabuelo de Miguel Antonio Caro, don Francisco Caro, considerado el primer ensayista en prosa del costumbrismo colombiano, que despachaba a sus enemigos con versos agresivos, decía de don Manuel:
Ven aquí, tú, estrafalario
Perrazo con piel de zorro,
Sal aquí, Manuel Socorro,
Pasa aquí, bibliotecario.
Si, aprendiz de boticario:
No mereces ser trompeta
¿Quién te ha metido a poeta?:
no reflexionas, mohíno,
que no ha habido escritor fino
que tenga un palmo de jeta?
Manuel del Socorro fue animador de una de las tertulias literarias de Santafé de Bogotá con el extravagante, difícil y rebuscado nombre de Eutropélica, palabra proveniente del griego que significa moderación, jocosidad inofensiva. Eran reuniones mansas e inanes, sin profundidad ni trascendencia: “Una diversión como su director, ingenua e inocua”, dice doña Rocío Vélez de Piedrahíta.
Vergara y Vergara dijo que no fueron más allá de las implicaciones de la palabra y que sus producciones eran leves, frías y su director un mediocre. Francisco Caro, el mismo Caro, más agresivo, dijo: “El bibliotecario hacía versos, pero ellos eran la negación de la poesía”. De uno de los poetas participantes en la tertulia Eutropélica, Francisco Antonio Rodríguez, dijo Vergara y Vergara que “su único mérito consiste en que no hay una sola palabra que se entienda”. Don Manuel no pensaba en libros sino en periódico. Y para ser llamado el padre del periodismo colombiano tiene un mérito: cerraba un periódico y abría otro.
La historiografía informa que con el Papel Periódico de Santafé de Bogotá se inició formalmente el periodismo en Colombia. El semanario vio la luz pública el viernes 9 de febrero de 1791 y, sin interrupción, aparecieron 265 números de ocho páginas, en formato de octavo, hasta el 6 de enero de 1797. Su dirección y edición siempre corrió a cargo de Rodríguez. Inicialmente fue armado en la imprenta de Bruno Espinosa de los Monteros, posteriormente en la Imprenta Patriótica de Antonio Nariño, y en 1794, debido al destierro del Precursor, volvió a la imprenta de Espinosa. Tiempo después, a solicitud del virrey Antonio Amar y Borbón, Rodríguez creó un nuevo periódico, El Redactor Americano, de distribución quincenal, cuyo primer número apareció el 6 de diciembre de 1806, y que se publicó sin interrupción hasta el 4 de noviembre de 1809. El Redactor contó con un suplemento, El Alternativo al Redactor Americano, que se publicó mensualmente desde el 27 de enero de 1807 hasta el 27 de noviembre de 1809.
Es cuando Antonio Nariño fundó su famosa logia disfrazada de círculo literario, que denominó, como para que no quedara duda, El Arcano Sublime de la Filantropía. La francmasonería, vínculo de moda entre los intelectuales europeos, era una receta inglesa, con ingredientes franceses, para exportar la revolución. Los venerables maestros recorrían el mundo ayudados y protegidos por sus “hermanos”. Irreversibles causas históricas, sociológicas y económicas señalaban que la independencia de las colonias americanas era una realidad a corto plazo. Los objetivos secretos de esta sociedad eran, pues, los de trabajar en forma decidida por la emancipación de la colonia. Allí se leían, comentaban, estudiaban, intercambiaban, prestaban, compraban y vendían, nuevos y usados, periódicos europeos y libros, muchos de ellos llegados de contrabando, por considerarse peligrosas las ideas de sus autores para la salvaguardia de la fe y la seguridad de la corona española. Nariño, sin duda, a más de autodidacta, era un apasionado de los libros, bibliófilo y bibliómano. Sus negocios de exportación de quinas, cacao y azúcares, aunados a su condición de heraldo de las ideas nuevas, lo iniciaron en el mercado de la letra impresa. Es seguro que al comienzo haya adquirido libros para acrecentar su importante biblioteca, heredada del padre y del abuelo, en donde solazaba sus horas de criollo distinguido y culto.
Buscando iniciar un negocio editorial en el virreinato, adquirió una imprenta, la célebre Patriótica, que de paso iba a utilizar para la divulgación de los principios revolucionarios. De esta prensa salieron la traducción de los Derechos del Hombre y varias hojitas y novenas, y otras obras importantes para la época. Y las ediciones del Papel Periódico de Santafé de Bogotá, desde el número 86 del 19 de abril de 1793 al 157, aparecido el 29 de agosto de 1794, día fatídico de su primer encarcelamiento. Tanto en la Imprenta Patriótica como en su casa de la Plazuela de San Francisco vendían los libros, junto con otros títulos, pues el periódico que ya se repartía entre los suscriptores a domicilio anunciaba esos lugares de venta, en avisos que así lo notificaban.
En julio de 1785 el virreinato fue sacudido por un terremoto que desbarató la capital. Nariño aprovechó la circunstancia para obtener permiso del Superior Gobierno de publicar un periódico o gaceta cuyo fin primordial era suministrar noticias acerca del movimiento sísmico. El periódico, editado en la Imprenta Real de Santafé, se llamó Aviso del Terremoto en la Ciudad de Santafe´ y circuló apenas tres días después de ocurrido el sismo con noticias de lugares remotos afectados, lo que todavía resulta inexplicable dada la lentitud con que se recorrían entonces las grandes distancias. Lo cierto es que el Aviso del Terremoto estaba al día en detalles y pormenores de los estragos causados por el terremoto en todos los rincones del reino, y eso le garantizó un éxito completo, gracias al cual Nariño logró permiso para continuar la publicación con el título de La Gaceta de la Ciudad de Santafé. Sin embargo, el Superior Gobierno desconfió de la publicación y la frenó, prohibiendo el acceso de papel periódico a la capital. La Gaceta de Santafé duró tres semanas y en ella, tanto como en el Aviso, Nariño mostró sus dotes periodísticas y de escritor.
En el semanario La Bagatela, que apareció el 14 de julio de 1811, periódico que se ha vuelto legendario, le hizo oposición al presidente Jorge Tadeo Lozano, al que consideraba débil y bobalicón. Las campañas de La Bagatela tumbaron a Lozano y el pueblo aclamó a Nariño como nuevo Presidente de Cundinamarca. Publicó Los Toros de Fucha en 1823 para reclamar, como ya lo había hecho en 1794, el respeto a la libertad de expresión, amenazada por ciertas actitudes arbitrarias de Santander, su sucesor en la vicepresidencia de la República.
Afirma el periodista Javier Darío Restrepo que “entre el cubano, Manuel del Socorro Rodríguez y el santafereño Antonio Nariño, prefiero a éste como representante y ejemplo de mi profesión. Rodríguez, asalariado del Virrey Ezpeleta, pluma oficiosa del virreinato, celoso defensor de ideas no contaminadas por la revolución francesa y cronista de la vida de la sociedad santafereña en su Papel Periódico de Santafé, en los nueve de febrero no les ha mostrado a los periodistas otra cosa que la colección de sus 265 publicaciones, con una prosa correcta y de una significación más histórica que personalmente intrínseca”.
El pasado del periodismo, representado en el Papel Periódico, es una memoria sin utopía, es decir, sin una invitación ni un entusiasmo para cambiar lo existente. No se trata de recordar lo que fue, sino de inquietarse por lo que pudo haber sido y por lo que tendrá que ser. Con Antonio Nariño, como figura ejemplar del periodismo, la conmemoración recupera toda su fuerza transformadora. “Nariño es más que una estatua honrada con coronas, es un desafío, una herencia, una línea truncada que impone el deber de continuar”, remata Restrepo.
Nariño fue un precursor del pensamiento y de la urgencia de la libertad, un papel que hoy señala la diferencia entre la prensa inocua y prescindible, y la que se vuelve indispensable para vivir en libertad. La ley de prensa que creó el Día del Periodista alrededor de Antonio Nariño tiene ese solitario acierto que la redime. En efecto, el Día del Periodista no tiene por qué ser el homenaje a una memoria embalsamada; es un aprendizaje permanente de una lección indispensable: la de ser libres a cualquier costo. Con Nariño aparece el periodismo como un ejercicio de libertad.
Esa fue la intención del legislador al aprobar en la controvertida Ley 918 de 2004, que el Día Clásico del Periodista y el Comunicador fuera el 4 de agosto, “en conmemoración de la primera publicación de la Declaración de los Derechos del Hombre, realizada el 4 de agosto de 1794 por Antonio Nariño, Precursor de la Independencia”.