Pelón Santamarta. Benjamín de la Calle, 1918.
Se ubica pues en la zona del antiguo Guanteros, que fue barrio y ya es apenas nada, y que tuvo fértil y sonada vida. Unas gotas de historia:
Termina el siglo XIX, comienza el XX; Guanteros es un barrio consolidado. Se vive, se habita, pero también cobija juergas, bohemia, bailongos no muy santos. Copio a Heriberto Zapata Cuéncar, de su libro Pelón Santamarta: “Guanteros fue el sitio predilecto para la bohemia medellinense. Poetas, músicos, escritores, cantores, cuentistas. Todo cuanto valía en este pueblo de Medellín acudía a Guanteros a tomarse sus buenos aguardientes de caña. Y en Guanteros nacieron muchos de nuestros grandes cantores populares: Juan Yepes, Pelón Santamarta, Adolfo Marín, Manuel Ruiz, más conocido como Blumen y cuántos más…”.
1902. Por allí anda otra vez Pelón, de regreso del Valle y de Bogotá. Trae canciones, unas aprendidas, otras propias. Imagina uno la escena: termina el trabajo del día (Pelón es sastre, como lo fueron otros músicos de la época), llegan colegas, se prenden candiles; vuelven a su sitio tijeras y agujas, salen a escena tiples y guitarras. Y “algo ocurre en el universo”.
Pelón Santamarta. Gabriel Carvajal, 1950.
Vuelvo a Zapata Cuéncar: “Entonces, ¿cómo llevar una serenata, cómo celebrar con canciones alguna fiesta o reunión social si esas canciones no existían? Pues, sencillamente, había que crearlas”. Y he aquí un fenómeno que permanece en el misterio: cómo y por qué estos hombres de escasa instrucción y precarias nociones musicales se sacaron de la manga un abanico de melodías exquisitas, de una elegancia poco menos que insólita, poco o nada acorde con tales escenarios. “Flores corraloneras”, diría Borges. Pero es mucho más que eso.
No puede este cronista abandonar Guanteros sin subir unos metros (y unos años), y llegar a Niquitao, por entonces Calle de las Peruchas. Allí existió El Blumen, local donde se comía y se bebía, y que frecuentaron poetas y escritores, entre ellos el mismísimo Tomás Carrasquilla. Hijo de la dueña era Manuel Ruiz, y de allí derivó su nombre musical, Manuel Blumen, cantor de preciosa voz y uno de los compositores más refinados que dio esa tropa de empíricos, ya casi olvidados. Dejemos así la cosa.
No cabe aquí contar las hazañas de Pelón, el viaje mítico (no tanto por las distancias, sino por las circunstancias) que lo llevó desde Guanteros a Nueva York —dejando de paso en México, con su compañero Adolfo Marín, el primer registro sonoro de canciones colombianas—. Fue, sin saberlo, una especie de Ulises paisa. Me copio a mí mismo, de un librito cuasi inédito, para cerrar el telón: De las andanzas de Pelón y Marín solo sabemos, y muy parcialmente, los hechos externos, las peripecias. Qué se cocía en ellas, en ese desapego, en ese moverse de aquí a allá, tan enraizados en sus canciones, tan indiferentes a su suelo. En una obra de Joseph Conrad hay esta frase: “Íbamos ya tan lejos, que no era posible regresar”. Pues tal vez eso.