Si hay un nombre que por derecho propio se le puede poner a la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto (BPP) es el de Miguel Escobar Calle (1944-2008), su fundador y por más de veinte años su mayor animador. Filósofo, investigador, editor, dibujante, “filatelista tardío”, Miguel –con el apoyo de Gloria Inés Palomino, directora de la biblioteca en su momento, y de José Gabriel Baena y Jairo Morales, entre otros– fue amueblando y decorando la sala con documentos, libros, revistas, folletos, tesis, caricaturas, exlibris, directorios, fotografías, hojas sueltas, manuscritos, facsímiles, mapas, planos –comprados o recibidos en donación– hasta convertirla en un apacible y acogedor lugar de encuentro de la cultura antioqueña: de la obra de sus protagonistas o en referencia a ellos en particular y a Antioquia en general (que incluye el Viejo Caldas, el norte del Chocó y el sur de Córdoba).
Umberto Eco, en parte por su conocimiento enciclopédico, defendía con humor su “anti-biblioteca”, llamada así por los miles de libros que poseía y nunca iba a alcanzar a leer. Para Eco, los libros no leídos son tan importantes como los leídos, por los nuevos horizontes que nos prometen. Así mismo, la Sala Antioquia podría ser considerada una “anti-sala”, una donde uno va a buscar los ancestros con los que nunca se va a poder encontrar.
En esta anti-sala, donde los muertos parecen tan cómodos, y que Miguel y sus compañeros abrieron a los horizontes que les señalaban tantos archivos que pocos leían –y otros despreciaban–, se han reconstruido muchas de las biografías que no existían de los personajes de la cultura antioqueña. Allí se encuentra la música que componían Los Panidas en el café El Globo; cuentos y novelas inéditos; el más grande banco de ilustraciones e imágenes de escritores y artistas antioqueños. Muchos de estos hallazgos han nutrido un sinnúmero de tesis e investigaciones y, además, están consignados en el Boletín Cultural y Bibliográfico de la Sala Antioquia, que se edita desde 1996 hasta la actualidad.
Al entrar a la sala, ubicada hoy en el segundo piso de la Torre de la Memoria (abierta de lunes a viernes de 8:30 a.m. a 5:30 p.m. y sábados de 9:00 a.m. a 5:00 p.m.), el visitante puede sentir de inmediato la presencia de sus anfitriones: un par de bustos de Efe Gómez y de Tomás Carrasquilla hacen de porteros. En las paredes hay cuadros con caricaturas de Elkin Obregón y de Luis Fernando Vélez (Vélezefe), una fotografía de Otto de Greiff, una planoteca y un cuadro tejido del departamento de Antioquia. Cinco mesas redondas y unas veinte sillas reciben a investigadores y estudiantes de colegios y universidades que acuden al recinto para amoblar sus ideas.
El origen de la sala se remonta a 1984, cuando la BPP recibió como obsequio, por parte del Banco de la República, la biblioteca de autores antioqueños de Bernardo Montoya Álvarez: 1.500 libros, 100 títulos de revistas, con mil números y 500 folletos. Abrió sus puertas al público en abril de 1985 con varios objetivos muy ambiciosos: identificar, recopilar, rescatar, conservar, organizar, analizar, evaluar y difundir el patrimonio documental, bibliográfico y artístico de la región antioqueña.
Entre sus joyas se encuentran una colección de folletos y plegables de las primeras imprentas del departamento (las dos primeras fundadas por Antonio Balcázar y Manuel María Viller-Calderón en 1810); el folleto de la “Celebración del 2º Centenario de la Fundación de la Villa de Medellín”, guardado en la urna centenaria en noviembre de 1875 y solo abierta un siglo después; el primer directorio de Medellín (1906); la edición completa de El Correo de Antioquia, el primer diario que se publicó en estas tierras (1875); la primera edición de El crimen de Aguacatal (1874), embrión de lo que luego sería el reportaje moderno en Colombia; la primera edición autografiada de la tesis de grado de Fernando González (1919); la edición original de El paso de la Quiebra en el Ferrocarril de Antioquia (1899), la famosa tesis del ingeniero Alejandro López; los archivos personales de escritores como Ciro Mendía, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Castro Saavedra, León de Greiff y Adel López; la correspondencia de varios escritores nadaístas y las cartas de Gonzalo Arango a familiares y a Aura de Mera.
En el segundo piso trabajan la restauradora Alejandra Garavito, la historiadora Gloria Soto y la archivista Diana Morales, las encargadas de recibir, dar primeros auxilios, clasificar, catalogar y digitalizar las colecciones existentes y las nuevas adquisiciones, las custodias del mobiliario de esta anti-sala que es sobre todo miles de posibilidades de nuevos conocimientos: 25.617 libros, 3.600 folletos, 16.300 revistas, 380 títulos de periódicos de Medellín, 300 títulos de periódicos de municipios antioqueños, 2.400 caricaturas, 120.000 materiales entre recortes de prensa, plegables, catálogos, postales, volantes sobre barrios de Medellín y municipios de Antioquia, temas de ciudad, arte, biografías, instituciones y fotografía, las bibliotecas personales de León y Otto de Greiff y el archivo institucional de Simesa. Ellas, como lo hizo Miguel durante tantos años, mantienen vivo el consejo de Luz Posada de Greiff: “No boten ningún papelito, algún día servirá”.