Levantado en honor a los faraones,
espera que sus fantasmas lo rescaten de la decadencia.
El Palacio Egipcio fue la residencia de Fernando Estrada, optómetra, egiptólogo, astrónomo aficionado. De Egipto trajo apuntes, libros, objetos, ideas, y encargó el diseño final y la construcción al arquitecto Nel Rodríguez. Tras la muerte de sus propietarios, no sé si la familia sigue siendo dueña del inmueble, pero sí sé que se le destinó a otros usos: fue galería de arte, restaurante, centro educativo, en este momento carpintería… Pero su deterioro es notorio, y, supuestamente, alguna entidad oficial se propone restaurarlo. Ojalá sea así, para bien de una ciudad que tanto desprecia sus tesoros. Y el Palacio Egipcio es —o al menos fue— un auténtico tesoro, tan insólito entre nosotros como el Castillo que hizo construir don Diego Echavarría, inspirado éste en moldes europeos. Bienvenidas esas bellas excentricidades. No todo pueden ser edificios inteligentes.
Una leyenda urbana
En uno de sus viajes a Egipto, el Dr. Estrada adquirió una réplica espléndida del famoso busto de la reina Nefertiti, y la situó en sitio de honor en su casa, como de sobra merecía. Al cabo de un tiempo la febril imaginación paisa dio en murmurar —secreto a voces— que la verdadera estatua era la del Palacio, y la del Museo de Berlín una simple copia. Un amigo me propuso que escaláramos de noche la casa, y nos robáramos el busto… Mi amigo ya murió, y yo me puse del lado de la ley.