
En los corrillos espontáneos que se juntan bajo los árboles del Parque de Berrío se puede encontrar el Medellín más pueblerino, una increíble colección de montañeros que han elegido el ombligo maltrecho de la ciudad para cantarle a su pueblo perdido. Todos tienen los dedos gastados de rasgar las cuerdas y fumarse el cigarrillo hasta la última pavesa. Y ninguno de los tríos suma 32 dientes. Se agrupan según los alientos del día, las complicidades de la botella, los resentimientos de la última gresca. Van y vienen deshaciendo los tríos, conformando los dúos, completando los cuartetos, mientras el corrillo de desocupados los escucha con etílico entusiasmo. Un poco más atrás ronda la horda de tinteras, unas ofreciendo el termo, otras ofreciendo el trono.
