Entrada de las locomotoras a San Benito. Benjamín de la Calle, 1914.
La llegada, tantas veces aplazada y esperada, de las locomotoras y trenes del Ferrocarril de Antioquia a la ciudad de Medellín solo fue posible en 1914. En otras regiones de Antioquia ya había ocurrido a tropezones y paulatinamente entre 1874, cuando se comenzó la obra, y febrero de 1910, cuando se inauguró oficialmente el tramo entre Puerto Berrío y Cisneros, conformando la llamada Línea o División del Nus; mientras a las poblaciones del valle de Aburrá solo fue posible desde octubre de 1911, cuando se empezó a prestar servicio entre las estaciones de Botero y Barbosa. Así, en medio de limitaciones económicas y reducciones en los presupuestos, el “enrielado” se fue aproximando a la capital antioqueña, hasta que el 9 de marzo de 1914 llegó hasta la Estación Guayaquil.
Estación Villa en el barrio San Benito. Fotografía Rodíguez, 1920.
Las fotografías de Benjamín de la Calle dan cuenta del fervor con que el pueblo de Medellín recibió las primeras locomotoras al paso por el barrio San Benito. El sector por donde pasaban los rieles estaba ubicado entre el barrio tradicional y el río Medellín, un sector descampado a los que se les decía mangones. Precisamente cerca de allí, al otro lado de la quebrada Santa Elena, luego del paso de la primera locomotora y de la puesta en servicio del Ferrocarril, se construiría una estación: la Estación Recadero Villa, en homenaje a quien hubiera sido Presidente del Estado Soberano de Antioquia al momento de firmarse el contrato, el 14 de febrero de 1874, con el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros para iniciar las obras del Ferrocarril.
La estación fue diseñada por el ingeniero arquitecto Dionisio Lalinde y fue aprobada por la Junta del Ferrocarril de Antioquia en abril de 1914. Al año siguiente estaba terminada y puesta al servicio. Su indudable calidad estética no solo la hizo destacarse, sino que se convirtió en el referente urbano alrededor del cual se configuró un barrio con el nombre de Estación Villa; barrio popular, no por la población que llegó allí, sino porque la construcción de una fábrica de textiles desde la década de 1920, renombrada por la nueva sociedad en 1932 como Fatelares, contribuyó a darle ese sabor obrero que lo caracterizó. Todos los cronistas de la ciudad señalaron el gran impacto que produjo el Ferrocarril a partir de 1914 en el auge constructivo, especialmente en las zonas aledañas al trazo hacia el noroccidente de la ciudad.
El desarrollo urbano alrededor de la estación se consolidó con la construcción, entre los años 1931 y 1933, de la Plazuela de la Estación Villa que no solo le servía a su propio barrio sino al contiguo de San Benito que también se benefició de este espacio público, pues permitió que extendiera sus límites siguiendo el trazado de los rieles del ferrocarril hasta las propias orillas de la quebrada Santa Elena.
Estación Villa. Manuel A. Lalinde, 1922.
Por eso mismo es que Tomás Carrasquilla, en la cita anterior, señalaba que a San Benito lo había “invadido la edificación y la vía férrea”. En buena medida esto implicó el crecimiento poblacional y por ende la subdivisión de las antiguas casonas para la construcción de unas viviendas medianeras, de menos frente y con fachada “moderna”.
Cambio al que no fue ajena la propia iglesia que en la década de 1920 fue demolida para dar lugar a una nueva y más majestuosa edificación diseñada por la oficina de arquitectura H. M. Rodríguez e Hijos, la cual fue construida entre 1920 y 1926; al momento de su inauguración se apuntaba que era de “modelo moderno”, esto es, una arquitectura historicista que era descrita de la siguiente manera: “Obedece al romántico completo. Está hecho en forma de cruz griega, y en el centro de la cruz se levanta la bellísima cúpula como un facsímil de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles de Asís”, un gesto obvio de los RR. PP. Franciscanos, promotores de su construcción. Pese al gesto de hacer un facsímil del viejo campanario e instalarlo encima del nuevo coro, la monumentalidad y escala superaban por completo la obra del maestro Muñoz, a la vez que incentivaba la renovación del entorno, con los consiguientes efectos desencadenantes en otras obras contiguas como el convento y en la misma arquitectura residencial del sector que también se modernizaba.
A partir de entonces las transformaciones se desencadenaron en todos los órdenes, ya no solo sociales, con el traslado de las tradicionales a otros ámbitos, sino fundamentalmente de orden urbanístico, especialmente por la configuración de la Plaza de Zea, a espaldas del barrio y sobre la propia quebrada, lugar que nunca fue considerado sino que siempre fue el solar, la parte posterior y cloaca no solo del vecindario sino de la ciudad.
Estación Villa. Gabriel Carvajal, 1959.