Tantos años formando juventudes
Desde su apertura El Guanábano no ha dejado de ser lienzo para el arte efímero, el performance no deliberado, el apunte político sin intenciones electorales, el coqueteo juguetón cuyas llamas se apagan en otro lado, el oportuno comentario futbolero que nunca trasciende más allá de la barra, el happening donde se pasa de público a protagonista sin uno darse cuenta, la crítica literaria sin mayores aspavientos, el concepto académico que no aporta al currículum o la simple cháchara que es por sí misma un arte aparte.
Pero ninguna de estas chispas de ingenio se manifiestan si uno va con la intención deliberada de ser testigo de esos momentos de revelación. Vale decir, la mejor manera de prepararse para disfrutar un buen rato en El Guanábano es no prepararse en absoluto y más bien dejarse llevar por ese ambiente tranquilo y jovial que se respira tan pronto se entra al bar, un ambiente en el que flota muchas veces la punzada olfativa de un bareto y eso que adentro no dejan fumar. Un bar que se podría llamar emblemático si tal palabra no sonara tan institucional. Sería más justo decir que es un referente obligado de la contracultura de esa Medellín noctámbula y bohemia que se resiste a las angustias del momento y a los afanes de figurar.