Tranvía en el Parque Berrío. Fotografía Rodriguez, 1925.
1921. Abril 26
Hasta miedo sentí cuando al llegar a la esquina de don Lisandro Uribe, en plena plaza principal, alcancé a ver unas paralelas de hierro. Pensé que se nos había entrado al marco de la plaza “la yegüita de don Camilo”, como llaman los envigadeños el ferrocarril de Amagá. Pues no, señor. Un policía, como antes llamábamos a los guardias de Antioquia, me sacó del engaño: -Es p’al tranvía, me dijo con aire magistral. Los toqué con el pie, esos polines y esos rieles que, a la misma sombra de la iglesia mayor, vienen a meterse, atrevidos y entradores, en un profano deseo de civilización.
No creí que me tocara ver estas cosas en la Villa. Todavía me acuerdo de cuando la estatua del doctor Berrío no estaba allí ni siquiera pensada, porque Murillo Toro no había incurrido aún en la tontería de darles Antioquia a los godos; cuando no había parque, ni verja, ni fuente y comprábamos los mamoncillos y los mameyes bajos las toldas en que se hacía los viernes el mercado; cuando Medellín se encerraba entre la plazuela de San Francisco y las tierras de don Alejito Echeverri, por el oriente; la casa de don Pepe Santamaría, la plazuela de San Benito y la vivienda de los Alvarez, en la Quebrada Abajo, por el occidente; la calle de Guanteros, por el sur; y por el norte el puente de Arco y el camellón del Llano. Después he presenciado cómo la Villa ha ido cambiando de cara y de figura, y ahora la veo ya mocita, con afanes de ser ciudad auténtica. Buen provecho les haga a los jóvenes la transformación del pueblo en urbe complicada y peligrosa, que a mí sólo sustos me dará, en medio de las añoranzas de aquel Medellín conventual y callado en que se deslizó mi juventud como una sombra.
*Fragmento extraído del libro El almanaque de don Alonso Ballesteros 1921 - 1923, de Ricardo Uribe Escobar.