En las tardes soleadas de fin de semana, el Parque de Boston es una ensalada de personas. Las familias pasean, los grupos de amigos mecatean reunidos en alguna jardinera, los perros se escapan de sus amos para jugar y los glotones apuran el montaje de un fogón. Aunque los ancianos se apropian de las sillas, los niños parecen ser los dueños del parque.
Tal vez por eso, operan allí un castillo inflable, un camión con piscina de pelotas y una flota de jeeps enanos. “A mil la vuelta, tres vueltas por dos mil”, anuncia Cristian, el responsable de tirar de los carritos durante el tour, que si nos guiamos sólo por los olores de su generosa oferta gastronómica, pasa por empanadas, arepas de queso, chuzos, pasteles de pollo, papas rellenas, chorizos, hamburguesas, perros calientes, chunchurria, pizzas, carnes, obleas con decenas de combinaciones, crispetas, churros azucarados y mango biche.