El hoy Pasaje Junín fue la calle que construyó James Tyrrel Moore para conectar la villa antigua, desde la quebrada Santa Elena hasta el Parque de Bolívar, con los terrenos donde urbanizaba su “Villa Nueva”. Allí se asentaron clubes, cafés, joyerías, tiendas de ropa y librerías. En la esquina de Junín con La Playa se construyó, con planos de Agustín Goovaerts, el edificio Gonzalo Mejía, que albergaba al Teatro Junín, el Hotel Europa y el Salón Regina, joya patrimonial que se perdió, con su demolición en 1967, en el fondo de la “tacita de plata”.
Sobre sus ruinas se construyó el Coltejer, una aguja con forma de edificio que señaló nuevos rumbos para la ciudad. Veinte años después de la lamentada pérdida, el tramo entre la avenida La Playa y Caracas se convirtió en paseo peatonal y hoy todavía respira ese aire de ciudad pausada – que camina, toma tinto y vitrinea– que tanto se quiere recuperar.
Quizás sea el Pasaje Junín lo más cercano a lo que arquitectos, urbanistas y políticos se imaginan cuando hablan de “recuperar el centro”. Quizás sueñan con que juniniar –un aporte de la villa a la lengua española que un día la Real Academia de la Lengua habrá de aceptar– vuelva a ser un verbo popular que se conjugue por las tardes, a la hora del té, cuando la gente de la periferia prefiera “bajar” al Centro en lugar de ir a los centros comerciales.