A este noble tubérculo de color amarillo se debe que los índices de hambrientos no perezcan en el intento de coger un colectivo. Y más allá de esto, se trata de una de las golosinas de sal más apetecidas por los mecateros de la urbe.
La antigua saga dice que una vez los conquistadores se cansaron de buscar el Tesoro de El Dorado (como Jiménez de Quesada, que ya viejo le hizo el viaje varias veces), terminaron convencidos de que quizás las leyendas cuando hablaban del oro del cacique, se referían también a éste manjar de dioses que frito toma el color dorado. De hecho, en el mundo anglo se le conoce como Golden Potato.
Sin ser demasiado papista, uno encuentra en cualquier manual de agronomía que la papita criolla del Centro es una solanácea, descendiente de la Solanum Tuberosum y de nombre Solanum Phureja. Tal vez si se le llama por este nombre científico nunca sabrá igual de bueno. Por lo demás, a la papita criolla lo que menos le importa son sus abolengos que se confunden, como todo lo criollo, en la noche de los tiempos.