La altura de una idea
Alfonso Buitrago Londoño

La altura de una idea

Cámara de Comercio de Medellín. Gabriel Carvajal, 1985.


Confecciones, café y comercio fueron símbolos del dinamismo empresarial antioqueño del siglo XX. En la década del setenta, los tres pujaron por conquistar las alturas del paisaje urbano de Medellín, y cambiaron para siempre el perfil arquitectónico del Centro de la ciudad. Más de cuarenta años después, los edificios de Coltejer, del Café y de la Cámara de Comercio siguen imbatibles en el podio de los “pequeños rascacielos” más altos de Medellín.

Pocos años antes, desde mediados de la década del sesenta, se inició uno de los procesos de renovación urbana del Centro más importantes del siglo pasado: una urbe con grandes edificios, acordes con la vocación industrial y el anhelado aire de metrópoli de una ciudad que alcanzaba el millón de habitantes. Hasta ese momento, la altura de los edificios oscilaba entre los seis y los diez pisos. En las décadas precedentes, el rascacielos de mostrar era el edificio Fabricato: tenía once pisos.

Había llegado la hora de ver hasta dónde podíamos subir el listón de esa idea unificadora de progreso, modernidad y grandeza antioqueñas. La apuesta resultó en que había que multiplicar lo alcanzado al menos por tres. 175 metros y 37 pisos coronados en punta fue lo más alto que pudimos llegar. El Centro Coltejer fue inaugurado en 1972 con nombre de telar y forma de aguja. Los cafeteros lograron apilar 36 pisos, de 150 metros de altura, y en 1975 inauguraron la Torre del Café. Comerciantes y empresarios, por su parte, y luego de muchas dificultades financieras, se transaron con 32 pisos y 139 metros de altura; el edificio de la Cámara de Comercio se inauguró el 25 de octubre de 1977, cinco años después de iniciadas las obras.

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Edificio de la Cámara de Comercio de Medellín en construcción. Gabriel Carvajal, 1971.


José Benjamín Areiza Areiza, nacido el 10 de marzo de 1957, tenía trece años cuando llegó a Medellín a principios de esos años setenta. Vino con sus padres y una decena de hermanos menores de edad, traídos desde Yarumal por otros seis hermanos mayores ya instalados y “progresando” en la ciudad.

Pronto consiguieron un terrenito en el barrio Popular y allí levantaron una casa a punta de convites. Recogían entre todos y vaciaban una loza; volvían a juntar y seguían pegando adobes. José Benjamín era el mayor de los hermanos que aún vivían con sus padres y alcanzó a estudiar hasta quinto de primaria, pero luego se vio forzado a abandonar los estudios. En 1974 murió su padre y entonces tuvo que salir a buscar trabajo.

El año anterior, en 1973, se había iniciado en el Centro otra de las grandes obras que harían que Medellín no se reconociera en el espejo de su pasado: la avenida Jorge Eliecer Gaitán, más conocida como avenida Oriental. “La [obra] más ambiciosa y gigantesca en el área central de Medellín”, en palabras de Fabio Botero en Cien años de la vida en Medellín.

Crecer en altura y en anchura son las dos caras de una misma apariencia urbana. Las ciudades se han hecho así mismas para arriba y para los lados. A la par con las listas comparativas de los edificios más altos, están las que jerarquizan las avenidas con más carriles. Por una o por otra, las metrópolis han buscado ser reconocidas; las ciudades que les siguen las han imitado con obras semejantes.

El ensanche de vías y el crecimiento en altura siempre han ido de la mano. La construcción del edificio Fabricato correspondió con la ampliación de Junín; así como numerosas sedes bancarias con las ampliaciones de Colombia y Bolívar. A la Oriental, le correspondería entonces el edificio de la Cámara de Comercio.

Un cuñado de José Benjamín Areiza trabajaba en la construcción de la avenida Oriental con la empresa Equipos y Construcciones, y allí le consiguió trabajo a Areiza ―como siempre lo han llamado―. A principios de 1974, a los diecisiete años, Areiza se convirtió en obrero del mayor ensanche que se ha construido hasta ahora en el Centro de Medellín.

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Edificio de la Cámara de Comercio de Medellín en construcción. Gabriel Carvajal, 1972.


―Me tocó toda la pavimentación desde San Diego hasta Villanueva. Primero vaciábamos concreto a lo loco y luego hacíamos la nivelación del piso. En ese entonces La Playa era en doble sentido, subían y bajaban carros ―cuenta Areiza, ahora con sesenta años.

Su rostro refleja la tranquilidad del trabajador que ha cumplido sus deberes. Su cuerpo, delgado y de estatura media, muestra una vida dedicada a trabajar. Es de gestos delicados, cortés y muy educado en su expresión. Cuando habla parece que siempre está dispuesto a servir y se le siente por momentos un dejo rural que le marca el semblante humilde y sencillo.

En el tramo entre La Playa y Maracaibo, que antes de la construcción de la Oriental respondía al nombre de carrera Unión o Unión Fraternal, ya se encontraba en obra el edificio de la Cámara de Comercio, iniciado en 1972. En esa misma cuadra, en la esquina con La Playa, el ensanche se llevó el Palacio Arzobispal, una de las joyas arquitectónicas sacrificadas por la idea de progreso, y que había sido originalmente un bella quinta, residencia de José María Amador (hijo de Carlos Coriolano). En el lote resultante funcionó por un tiempo un parqueadero hasta la construcción, a principios de los ochenta, de otro de los pequeños gigantes representativos del Centro: el edificio Vicente Uribe Rendón, con 17 pisos y 69 metros de altura.

Mientras Areiza continuaba vaciando concreto y nivelando el piso de la Oriental, la construcción del edificio de la Cámara de Comercio sufría fuertes reveces financieros, que finalmente llevarían a parar la obra. Pronto también se acabarían las labores de José Benjamín como obrero de la Oriental. A finales de 1974, Equipos y Construcciones terminó su intervención en la avenida y Areiza fue liquidado. Las grandes obras no lo son sin superar enormes dificultades y así como es de admirar un edificio imponente por su altura o una avenida por la amplitud de sus carriles, así también lo es la vida de un hombre en particular. Areiza no podía dejar de trabajar. Sus diez hermanos menores y su madre lo esperaban en la casa del barrio Popular para que “viera por ellos”. Pero para poder seguir haciéndolo necesitaba primero resolver su situación militar.

―Siempre para trabajar le pedían a uno la libreta, porque si a uno se lo llevaba el Ejército el patrón se quedaba sin trabajador.

El problema era que José Benjamín tenía siete hermanos varones y esa abundancia de hombres disponibles para la patria lo hacía muy elegible. Lo que en su caso hubiera supuesto graves problemas financieros para su familia. Areiza, como veremos enseguida y más adelante, no es hombre de tomar riesgos, aunque estaba dispuesto a jugársela para librarse de prestar servicio militar. Con la liquidación de Equipos y Construcciones fue a resolver su situación.

―Uno siempre hace sus jugadas. Había que hacer un truco y lo primero que hice fue hacerme sacar todos los dientes de arriba. Así fui y me presenté. Cuando fui a la revisión médica salí no apto.

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A principios de 1975, Areiza tenía libreta militar y caja de dientes, pero todavía no conseguía trabajo. Por su parte, las directivas de la Cámara de Comercio, una entidad orgullo de los antioqueños, que había sido fundada en 1904 por reconocidos comerciantes y empresarios como Carlos E. Restrepo, Ricardo Olano y Alejandro Echavarría, intentaban sacar a flote a su barco insignia.

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Edificio de la Cámara de Comercio de Medellín en construcción. Gabriel Carvajal, 1973.


A mediados de ese año, Areiza se topó con una empresa de ingenieros, arquitectos y constructores que sería contratista de la obra del edificio de la Cámara de Comercio.

―Me fui a preguntar si necesitaban ayudantes entendidos, que en ese entonces eran los que tenían lógica, que sabían qué era cemento, arena, pegar adobes, nivelar. Al ayudante raso le tenían que explicar lo que era un nivel o no sabían de tipos de palas. Me pidieron la libreta militar, me hicieron unos exámenes y me dieron el trabajo. Por esa misma época, con el liderazgo del secretario general de la Cámara de Comercio, Jairo Machado Posada, y gracias al apoyo de un grupo de bancos (Comercial Antioqueño e Industrial Colombiano, Davivienda y Banco Central Hipotecario), la obra había despegado y pudo llegar a feliz puerto: seguir siendo un faro de referencia comercial y empresarial en medio del creciente caudal de desarrollo que ahora transitaba por los ocho carriles de la avenida Oriental.

Cuando José Benjamín llegó a trabajar al edificio solo faltaban por terminar los cuatro pisos inferiores; del quinto para arriba ya estaban terminados. En el quinto empezaron a funcionar las oficinas de la Cámara de Comercio, incluida la oficina de Jairo Machado. Del sexto al noveno había diferentes empresas, como Delima y Pigmentos Ltda. Del décimo en adelante eran apartamentos, con administración propia y un acceso independiente a un costado de la entrada principal del edificio.

―Comenzamos a hacer la obra blanca del piso cuarto hacia abajo, mampostería, pegada de adobes, revoque, cielos falsos, techos… A mediados de 1977 estábamos culminando el auditorio, el salón Epifanio Mejía y la planta baja. Y cada semana llegaba una boletica con los empleados que iban saliendo.

Areiza era el encargado de las llaves de la obra y de controlar la entrada y salida de materiales, lo que hacía que estuviera en permanente contacto con el jefe de servicios generales de la Cámara. Al final de la obra, solo quedaban diez obreros.

―Areiza, cuénteme, ¿si se necesitara una persona para mantenimiento a usted le gustaría quedarse? ―le dijo el jefe de servicios generales.
―Claro que sí don Ricardo, me gustaría mucho y estaría muy complacido de poderles ayudar con lo que yo sé.
―¿Y cuál sería su salario?
―Lo mismo que gano en la obra, 2700 pesos al mes.
―Voy a hablar con el doctor Machado y le aviso.
―Ya íbamos a salir todos ―cuenta Areiza―, los pisos estaban brillados y estábamos terminando de limpiar cuando un viernes por la tarde me llamaron para informarme que me iba a quedar, con el mismo sueldo.

Después de haber ayudado a construir la casa familiar en un barrio popular, a extender la avenida Oriental y a terminar uno de los edificios emblemáticos del Centro de la ciudad, Areiza pasaría a ser el encargado del mantenimiento del edificio de la Cámara de Comercio.

―En ese entonces uno decía que trabajaba en la Cámara de Comercio y la gente se admiraba. Yo me sentía muy orgulloso y a mi familia incluso le daba temor, porque la gente decía: “¿Trabajás en la Cámara de Comercio? ¡Uy, ese es un puestazo!”. Y uno como siempre humilde pensaba que de pronto lo secuestraban o lo robaban. Yo mantenía mi carné muy bien guardado porque pensaba que si lo mostraba me podían extorsionar.

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―Al principio fue una odisea para mí, porque era un edificio nuevo y no había nada que hacer y los encargados tenían que verificar que yo hiciera algo. Me la pasaba haciendo aseo ―dice Areiza y uno se queda pensando cómo es una odisea donde no pasa nada.

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Mural de Pedro Nel Gómez en la Cámara de Comercio de Medellín. Gabriel Carvajal, 1979.


En servicios generales tenía tres compañeras, una encargada del aseo y las otras dos de la mensajería. Entonces Areiza se dedicó a limpiar la planta baja, donde estaban el auditorio y el salón Epifanio Mejía.

A partir de su inauguración en 1977, el edificio de la Cámara de Comercio se convirtió en una rareza por su combinación armónica de apartamentos, oficinas, centro de atención al público, auditorio y sala de exposiciones. Era en sí mismo un espigado centro social y cultural. En él se realizaban importantes presentaciones artísticas, conciertos y exposiciones, y era un lugar de encuentro de reconocidas figuras sociales. Más que sus otros dos contendores por las cumbres del paisaje urbano de Medellín, el edificio de la Cámara de Comercio era una síntesis de eso que Fabio Botero llama la “estampa vital” de la ciudad. Estampa que de hecho fue encargada pintar al fresco al maestro Pedro Nel Gómez, quien la dejó plasmada en un muro del salón principal como constancia histórica del sentir de una época.

“El mural al fresco que realicé en el edificio de la Cámara de Comercio de Medellín tiene características especiales. Sus dimensiones son excepcionales: 24 metros de longitud con una altura de 5.60 metros; esta superficie es única en los muros que he pintado”, dejó dicho el maestro después de terminarlo en 1979, a los ochenta años de edad.
Areiza fue testigo de excepción del trabajo de Pedro Nel Gómez.

―Era muy estricto, llegaba a las siete de la mañana y se quedaba hasta las siete de la noche. Tenía mucha vitalidad, porque uno le veía el pelo ya muy canoso. Un oficial le preparó la pared con un revoque especial, que llevaba un granizado con un polvillo, después hicieron el recalque de las pinturas que tenían en papel. Lo único que yo hacía era verlo trabajar, porque él tenía su propio ayudante y un malacate automático que él mismo manejaba. Era impresionante verlo tallando con un taladro las figuras sobre esas placas de mármol ―dice Areiza.

Aparte del mural, dedicado a la historia económica de Antioquia ―que inicia con imágenes de chapoleras y cosechadoras de café, continúa con la actividad minera, la ganadería, los héroes nacionales, hasta llegar a la central hidroeléctrica de Guatapé―, Pedro Nel aprovechó dos columnas ubicadas al frente del muro para esculpir dos altorrelieve en mármol que, con el mural al fondo, conforman al mismo tiempo una unidad integrada por los saberes del artista: pintura, escultura y arquitectura, y su interpretación de los saberes de sus conciudadanos. “La obra de mayores pretensiones de su período tardío”, al decir de un reseñista del Museo de Antioquia.

La programación cultural de la Cámara de Comercio era tan importante como la de los principales teatros de la ciudad, lo que llevó a las directivas a construir un edificio anexo, llamado de la Cultura e inaugurado en 1984, donde hoy funciona una sala de exposiciones de tres niveles y 95.9 Cámara FM, estación radial líder en el ámbito cultural.

Además del aseo, a Areiza lo encargaron de atender todos los eventos culturales. Abría, limpiaba, recibía la boletería y se quedaba hasta que cerraba, tarde en la noche o en la madrugada. Con el tiempo lo encargaron también del aire acondicionado y eventualmente se fueron deteriorando partes del edificio. La Cámara también empezó a crecer y fue adquiriendo más espacios en los pisos seis, siete y ocho.

―El trabajo ya era mucho y se necesitaba más personal, entonces me dediqué al mantenimiento ―dice Areiza, quien cuarenta años después es el empleado en servicio más antiguo de la Cámara de Comercio.

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