Pasajes

Ir del Parque Berrío hasta la Avenida Oriental a veces puede llegar a ser un verdadero suplicio, y no solo para las personas con discapacidad o de avanzada edad, sino para todo el mundo. Uno puede subirse por Boyacá, driblando a todos esos vendedores de CD piratas de música, películas y pornografía, y luego torcer por Junín hasta La Playa, y de ahí subir sosteniendo la respiración para no quedarse atorado en medio de los alcohólicos de “la calle del tuvo” y los gamines en las aceras y paredes de los edificios, o debajo de los asientos de varillas de hierro dispuestos por la Alcaldía. Ese sudoroso viaje puede tardar unos seis o siete minutos, con paso apurado. Sin embargo, otra opción más sosegada para cumplir el trayecto la ofrecen los pasajes comerciales La Bolsa y Junín-La Candelaria, dos corredores anudados por un espléndido patio circular en el que abundan bares y restaurantes. Son dos pasajes amplios y de cielorrasos altos que permiten caminar pausadamente, sin atropellarse con vendedores ambulantes o transeúntes estresados. Se llega rápido a Junín, en ese punto cercano al pasaje La Bastilla, a pocos pasos de la Oriental. El recorrido es más rápido y cómodo, y por si fuera poco, resguarda al caminante de la lluvia o del sol.

Esa es la principal cualidad de los pasajes comerciales del Centro de Medellín, y conocerlos debería ser obligatorio para los peatones. Quienes los recorren habitualmente pueden vanagloriarse como hábiles paseantes, y quienes no, están sentenciados a esa inmoral batalla contra los vehículos motorizados, los ventorrillos misceláneos que colman las aceras y el bipolar clima del siglo XXI.

Son más de treinta pasajes los que hay en el Centro de Medellín, un completo corredor sanguíneo que simplifica las acostumbradas vueltas o las simples caminatas de placer. Y es que esa laberíntica maraña de pasillos oscuros o iluminados, que va desde Villanueva hasta La Alpujarra y desde Cundinamarca hasta El Palo, atraviesa edificios, casas antiguas, iglesias y bancos; esquiva puentes y semáforos; y soslaya calles, avenidas, carreras. No son construcciones antiguas. El mayor nació a mediados de los setentas, y el más reciente no alcanza los diez años. Algunos son muy grandes, otros muy pequeños, pero todos cumplen ese propósito intrínseco de proveer de sosiego al caminante, de ofrecer atajos plácidos y seguros, en los que a veces dan ganas de quedarse para siempre.


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