Calle Calibío

Calle Calibío. Gonzalo Escovar, ca. 1930.


La calle Calibío, con sus escasas seis cuadras, entre las carreras Palacé y Tenerife, experimentó el proceso de transición de pueblo a ciudad que se gestó a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX por estar integrada a la Plaza Mayor, luego Plaza de Zea y, actualmente, Parque Berrío. Esta situación hizo que en ella se centralizaran las actividades propias de una ciudad en proceso de modernización gracias a las transformaciones que se dieron en la infraestructura urbana.

Durante ese periodo, en sus cercanías se concentró el acontecer político y administrativo de la ciudad con la existencia de un presidio, de la Casa de Gobierno, de la Imprenta Departamental, del Museo y de la Biblioteca de Zea. El carácter oficial de la calle se acentuó con la construcción del Palacio de Calibío, nueva sede del Gobierno departamental, diseñado por el arquitecto belga Agustín Goovaerts entre 1920 y 1938. Su estilo monástico llevó a algunos desprevenidos transeúntes a santiguarse y, además, contrastó con la estructura moderna y funcional del Palacio Municipal, construido entre 1932 y 1937 por Horacio y Martín Rodríguez.

La presencia de estos palacios, como se acostumbró llamar a estas sedes administrativas que hoy albergan el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe y el Museo de Antioquia, respectivamente, le dio un carácter especial a Calibío, que en adelante sería transitada por un número creciente de funcionarios de todos los niveles municipales y departamentales, convocando, a su vez, una variedad de individuos que iba desde aquellos desempleados que se pasaban días enteros consumiendo tinto a la espera de favores políticos, los llamados faquires, hasta los tinterillos y rábulas, que aún hoy ejercen de manera empírica e informal la práctica del derecho, y son claves en la relación ciudadano Estado.

En Calibío se encontraban establecimientos comerciales dedicados a la venta de papel sellado y estampillas, necesarios en los trámites ante las entidades oficiales, pero también lugares que contrastaron con el orden, tales como los bares El Cardenal, Blanco y Negro, El Chonzo, o el alguna vez famoso Andaluz, frecuentado por truhanes y prostitutas, así como los cafés Palacé, Madrid o “La Ley 12”, que tenía, además del sugestivo lema “Aquí se humedece la palabra”, el provocador nombre de la ley promulgada en 1923 “sobre la lucha antialcohólica”, que buscó, entre otros aspectos, que se hicieran efectivas las restricciones sobre la producción y consumo de licores y bebidas fermentadas, en beneficio de la moralidad y la salubridad pública.

Calle Calibío

Casa de Gobierno. Fotografía Rodríguez, 1900.


Todos estos espacios sociales, concurridos por literatos, comisionistas, políticos, abogados, estudiantes, desempleados, migrantes y demás personajes de la primera mitad del siglo XX, permitieron el encuentro cotidiano, la charla política y económica, las disputas partidistas, la celebración de ritos sociales, el jolgorio, entre otros.

En Calibío es posible apreciar el trazo irregular que caracteriza algunas de las calles de la ciudad, en algunos casos por elementos naturales, como las quebradas Santa Elena, La Palencia y La Loca, y, en otros, por los obstáculos que presentaron los propietarios para la apertura de calles, haciendo que estas fueran curvas y angostas, ejemplo de lo anterior es el tramo conocido como El Codo, entre las carreras Palacé y Bolívar. En este punto, en una modesta casa, nació en 1887 el periódico liberal El Espectador, desde el que su fundador y director, Fidel Cano, emprendió duras críticas contra el gobierno de turno, marcando una línea periodística que en adelante lo llevó a reiteradas suspensiones, multas y cierres.

En esta corta calle, cuyo nombre recuerda una batalla independentista, fue construido el Edificio Gutenberg, designación con la que se rememora al inventor de la imprenta. En los inicios del siglo XX fue ocupado por la tipografía Bedout, luego, en la década de 1960, se convirtió en el Hotel Universo. Declarado patrimonio arquitectónico de la ciudad, hizo parte de la transformación de la zona, gracias a su restauración y a la creación de la Plazuela Comercial Gutenberg, que coincidió con la creación de la Plaza Botero, inaugurada en 2002.

Este proyecto de ciudad hizo de la calle un lugar donde conviven dos mundos. La Plaza de Botero, consolidada, junto al Museo de Antioquia, como un referente cultural y uno de los principales atractivos de la ciudad para visitantes nacionales y extranjeros, con las 24 esculturas donadas por Fernando Botero, las dos fuentes de agua, las zonas verdes, los jardines que sorprenden en medio del bullicio y de la contaminación del tráfico, las sillas que facilitan la contemplación de las obras, el descanso y la charla casual, además de la presencia de la fuerza pública. Todo esto contrasta fuertemente con la realidad que se vive a pocos metros de ahí, cuando se ingresa al Parque de la Veracruz, donde la ilegalidad, los juegos prohibidos, la prostitución, los bares, el desorden, la venta y consumo de drogas, los cientos de transeúntes, la ausencia de policías, etc., evidencian el deterioro urbano, haciendo de la calle un reflejo de la dualidad que vive la ciudad.

*Fragmento extraído de la cartilla Historias Callejeras, publicada por el Archivo Histórico de Medellín y la Alcaldía de Medellín.
Ver cartilla en Patrimonio de Medellin


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